De manera histórica ha existido una rivalidad teórica entre la psicología y la psiquiatría, pese a ser ciencias hermanas, las diferencias en cuanto a modelos etiológicos y concepción del ser humano han creado fuertes diferencias en sus métodos de intervención terapéutica. En la sociedad actual son comunes las confusiones respecto a los diferentes roles que juegan psicólogos y psiquiatras en el tratamiento de los trastornos mentales, intentemos aclarar algunas de estas confusiones de forma breve.
En primer lugar, la psiquiatría nace de la medicina, por tanto se basa en el modelo médico, entiende al ser humano como una máquina compleja que puede presentar fallas y basa sus diagnósticos en criterios somáticos de salud-enfermedad. En tal sentido, para la psiquiatría la mayoría de los trastornos mentales tienen una base fisiopatológica que puede corregirse a través del tratamiento farmacológico.
Es justo ésta la mayor diferencia entre la psiquiatría y la ciencia psicológica. Desde el nacimiento de la psicología como ciencia a finales del siglo XIX, la medición objetiva siempre fue la principal preocupación de los investigadores. Eran necesarios métodos prácticos que otorgaran validez científica a todos los conceptos e interpretaciones que nacían, y en gran medida fueron incorporados muchos aspectos del modelo médico. El estudio de la patología mental desde la psicología, se basa en la semiología psiquiátrica y es muy similar en muchos aspectos; sin embargo, el ser humano es entendido como una unidad bio-psico-social, y los trastornos mentales son el resultado de una mezcla de factores predisponentes, precipitantes y perpetuanes que tienen su origen en aspectos biológicos y sociales del individuo. Por tanto, el tratamiento es igual de complejo y no sólo se basa en desequilibrios orgánicos.
Al seguir el mismo orden de ideas, enfoquémonos en la intervención terapéutica, la psiquiatría ve pacientes, la psicología ve oportunidades. Así, el término paciente tiene una connotación negativa muy fuerte en el proceso terapéutico, si bien es imposible negar la patología mental, colocar al individuo que la presenta en una posición inferior puede hacer más difícil la elaboración de significados y la desalienación de discursos patologizantes; sin embargo, su desuso significaría romper un paradigma de muchos siglos y el momento histórico en el cual nos desenvolvemos no facilita este proceso.
Dicho esto, es necesario señalar el carácter integral de la terapia psicológica. Mientras que el psiquiatra sólo interviene con fármacos el aspecto orgánico, el psicólogo unifica individuo, familia y sociedad; realiza una intervención integral que busque no sólo mejorar el área conductual y emocional del enfermo, sino su calidad de vida. En esto es de gran importancia la intervención de la familia, los trastornos mentales frecuentemente causan una desestructuración de la dinámica familiar, crean una disociación en el núcleo y fuertes conflictos interpersonales; mejorar los procesos dinámicos del sistema es mejorar indirectamente la calidad de vida del enfermo.
Del mismo modo, ocurre con la sociedad en la medida que se logre modificar la percepción distorsionada que existe en el entorno del enfermo sobre su padecimiento, y se motive su inclusión en procesos productivos y educativos, su calidad de vida puede pasar de cero a 100 en poco tiempo.
Se trata desde lo real de la experiencia, transformar a través de la terapia de la terapia psicológica la visión que los pacientes mentales tienen de su mundo, sentando las bases de cambios futuros y permitiéndoles ser coautores y reautores de sus historias, aumentando la responsabilidad personal y permitiéndoles reformular pautas de interacción fuera de la repetición y la esclavitud del discurso médico y social.
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