Estás en la cama con esa persona especial, ese cuerpo que te lleva a la locura y saca de tu mente los pensamientos más perversos jamás traídos a la realidad. Entre gotas de sudor, respiraciones jadeantes y espasmos musculares, le pides que no se detenga; por tu mente pasan los rostros de quienes se enredaron entre las sábanas contigo sólo para recordarte algo en extremo importante: nadie te ha hecho sentir así en mucho tiempo. Las palabras se aglutinan en tu garganta, el cosquilleo en la entrepierna recorre todo tu cuerpo hasta llegar al cuello, tu voz se ahoga por falta de aire y justo cuando estás por pronunciar su nombre, le dices uno que no es suyo. ¿Qué pasó allí? Lo estabas haciendo tan bien. ¿Por qué tuviste que llamar a tu ex justo en este momento? Inmediatamente todo se fractura.
Eso que ha significado un error o un fallo accidental, es usualmente conocido como un lapsus; el término se puede rastrear, sobre todo, en los estudios del psicoanalista Sigmund Freud y, así, podemos entender que ese fugaz pero significativo momento no es una equivocación simple o reduccionista, sino una revelación incontrolada de secretos. A más de uno nos ha sucedido y, aunque usualmente esto implique el confesar algo completamente torpe, en repetidas ocasiones dichas palabras significan un tropiezo indiscreto.
¿En qué consiste?
El lapsus freudiano se da al decir algo diferente a lo que se pretendía; con algunos cambios sencillos y aparentemente insignificantes –una letra o el orden de las palabras–, el significado de lo emitido se cambia por algo que yace en nuestro interior pero no nos atrevemos a pronunciar libremente. Puede ser una idea muy básica e infantil, como al estar hablando sobre comida y mencionar un helado, pero también se dan casos como el que explicábamos al inicio de esta líneas.
Según algunos expertos, estos acontecen excepcionalmente y son el resultado de entremezclar muchas ideas relacionadas bajo el compromiso de tener que nombrar sólo una. Es la enunciación de un anhelo o expectativa alternativa en la descripción de un suceso o idea “correcta”; de acuerdo con la opinión de los psicoanalistas, esto no quiere decir otra cosa sino que, en ese contexto, se desearía estar viviendo algo diferente o se guarda un recuerdo similar en la memoria.
En la psicología
En 1988, cuando George H. W. Bush visitaba Idaho como vicepresidente de EUA, éste daba un discurso sobre políticas agropecuarias y sus éxitos, pero la tarde fue manchada cuando el famoso personaje dijo: “El presidente Reagan y yo hemos alcanzado triunfos. Hemos errado. Hemos tenido sexo… ¡recaídas!”. Y con eso, cualquier otra cosa que pudiera pronunciar quedó silenciada por el escándalo de su inconsciente.
Esas situaciones en las que el lenguaje te traiciona y mencionas cosas que usualmente no podrías –o te permitirías– decir, conforman la atención especial que Freud proponía al escuchar a sus pacientes, pues él mencionaba que estos actos de la lengua eran realmente pistas del inconsciente. Estos deslices para el padre del psicoanálisis revelan urgencias prohibidas, creencias sepultadas y deseos silenciados.
Tipos de lapsus
1. En esos tropezones de la lengua (del pensamiento), que como ya dijimos no son más que un brote de una intención latente que sustituye a la conducta manifiesta, se pueden observar deformaciones en los nombres o los apodos. Al igual que en el escenario con que abrimos estas líneas, el cambiarle el nombre a alguien por el de otra persona no es más que informar en qué campo semántico se tiene a determinada gente. Quizá se mencione a otro porque con él se ha tenido una experiencia similar o se le tiene en igual estima.
2. La deformación del nombre de un objeto es, por el contrario, una intención injuriosa que asocia a esa determinada persona con algo vulgar, inferior o risorio. Por ejemplo, el caso de llamar “Antonto” a un “Antonio” y demás similares.
3. El cambio de sílabas o letras que transformen una idea en algo obsceno o una estúpido, como se hace intencionalmente en los albures mexicanos, también es una muestra de cómo inconscientemente denigramos, perturbamos o distraemos un contexto real para transformarlo en algo que representa poco interés en nosotros.
4. El cambio de palabras es, así, un deseo privado que se escapa por accidente; aunque Freud en repetidas ocasiones dijo que esto no era realmente un percance, un acto fallido, sino conductas psíquicas importantes con pleno sentido. Por ejemplo, decir “qué bueno que mañana es sábado” cuando en realidad será martes, nos muestra un claro anhelo de que llegue el fin de semana.
5. El olvido de los nombres que nos son familiares puede ocultar también algún resentimiento o disgusto con esa persona; quizá no se pronuncie nada, pero el hecho de balbucear en busca de esa palabra que englobe a determinado sujeto es muestra de algo.
Conclusiones
Con frecuencia, suele ocurrir que los protagonistas de estos incidentes nieguen rotundamente haber tenido una intención oculta al cometer las mencionadas equivocaciones y, además, mostrarse muy interesados en no hallarles interpretación alguna. Por esta razón es difícil que los interesados aporten algún dato que sirva para analizarlos, aunque se pueden encontrar indicios conociendo la situación en que se produce el acto fallido, el carácter de la persona en cuestión y sus impresiones antes de que esto le ocurra, ya que puede ser el resultado de una reacción.
Sólo hay un problema de acuerdo a los detractores del psicoanálisis, los lapsus freudianos –así como otros postulados de su sistema– son sumamente difíciles de comprobar o analizar. Muchos psicólogos contemporáneos, lingüistas y neurocientíficos consideran que esas fallas cuentan con pruebas escasas como para sostenerse cual verdad. ¿Nosotros qué podemos decir de ello? Realmente poco, todavía no existen los argumentos necesarios para refutar la teoría y en muchos casos el desliz se aprecia como una muestra de lo que en verdad estamos pensando. Para seguir leyendo al respecto, lee Por qué las teorías de Freud son falsas pero revolucionaron el arte y Consejos de Freud, Jung y Foucault para aprender a amar.