Este artículo fue originalemente publicado por Olympia Villagrán el 8 de agosto del 2017.
O te chingas o te jodes; esa es la Ley de Herodes, un conocido refrán en el folklore mexicano, pero también un libro titulado de la misma manera y escrito por Jorge Ibargüengoitia. La película de Luis Estrada también recoge esta satírica frase para titular y producir un largometraje de comedia. En resumen, esta expresión se usa para decir que alguien sufrirá ciertas consecuencias de manera inevitable.
La ley de Herodes no sólo aplica cuando se trata de política, como en la película de Estrada, sino en cualquier situación en la que alguno de los involucrados se encuentre en una posición desfavorable. La vulnerabilidad de “el más débil”, por la razón que sea, es la que vuelve posible que la Ley de Herodes se cumpla.
Por ejemplo: el amante –quien por lo regular sólo tiene la atención de una mujer cuando ambos están en la cama, cuando a ella le sobra tiempo o cuando su pareja le canceló una cita– es, la mayoría de las veces, quien sufre más pues se encuentra en el lado más débil de la balanza.
Para algunos es excitante sentir el peligro de ser descubiertos, otros prefieren ser “los otros” para no tener ningún tipo de compromiso ni responsabilidad con la otra persona; pero también están aquellos que –sin esperarlo– terminan con el corazón hecho pedazos al enamorarse de alguien que jamás dejará la estabilidad al lado de su pareja por un amor meramente pasional.
En realidad no podemos (por lo menos el género femenino) saber qué es lo que un hombre piensa cuando se convierte en el amante, a menos que ellos mismos nos lo expliquen. Así que para analizar cómo se siente tomar la posición de aquella persona que siempre debe permanecer bajo la sombras, le preguntamos a algunos chicos de entre 23 y 28 años ¿qué significaría para ellos ser el otro en una relación?
Si no quiero nada serio con ella, lo mejor que me podría pasar sería actuar como el amante. Las mujeres son más felices con alguien que no es su pareja estable, porque hacen lo que no se atreven a hacer en casa.
El problema sería que alguno de los dos se enamorara, no creo que sea la mejor opción.
En términos gozosos está bien, no tengo problema en desempeñar ese papel. Pero si en algún momento comenzamos una relación de verdad, siempre tendré presente que me puede hacer exactamente lo mismo a mí; nunca confiaría en ella.
Todo el tiempo me estaría limitando, me forzaría a no llegar a otro punto.
Intentaría que me diera igual, pero sé que en algún momento me sentiría desplazado. Siempre me estaría preguntando ¿por qué no puedo ser yo esa persona con quien quiere compartirlo todo sin esconderse?
Me preocupa que en algún momento yo esté dispuesto a dejarlo todo por ella, a arriesgarme aunque sepa que no podemos estar juntos.
Es difícil, no todas las mujeres entienden que sólo se trata de relaciones y al final terminan involucrando algo más… es cuestión de tiempo.
Definitivamente no lo haría, a mí no me gustaría que me aplicaran la misma, me sentiría culpable. Siempre he pensado que si estás con alguien es porque lo quieres y, por lo tanto, lo respetas.
Ya fui el amante, al inicio todo fue placer; yo obtuve mucho y no di casi nada a cambio. Después, cuando me comprometí de más y sin darme cuenta, comencé a sentirme raro. Terminé muy lastimado.
Al parecer, la preocupación de un hombre es –en primer lugar– que alguno no controle sus sentimientos y el corazón sufra las consecuencias. A la vez, no les parece la mejor idea ser “el otro, el segundo, el secreto”; tal vez se deba a su hombría o simplemente a una condición humana que nos motiva a ser los “únicos” a partir de la exclusividad en una relación. La realidad es que en esta vida a nadie le gusta ser el que sufre la Ley de Herodes; cuando un hombre se convierte en el amante es difícil no pensar que perderá más de lo que gana, finalmente, no todos son capaces de controlar sus emociones y la forma en la que éstas crecen por alguien que los satisface de alguna u otra manera.
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