Quienes en un principio huyeron de la aterradora idea de la esclavitud, también llamada matrimonio, son las mismas personas que en el ocaso de sus vidas terminan por correr a los brazos de la primera persona que se les atraviese en el camino por temor a la soledad y a envejecer solos sin que haya alguien que les tenga cierta estima como para cambiar sus pañales cuando sea necesario.
La presión social en torno a este tema arrebata por completo el romanticismo que idealmente tendría que haber en esta práctica, retomando irónicamente parte de los principios por lo que en un inicio se creó la idea del matrimonio. El primer error al momento de dar este paso que un gran porcentaje termina en la disolución de la unión (tan sólo en México se registraron 108 mil 727 divorcios en 2013), es que no nos conocemos a nosotros mismos. Pasamos la vida entera buscando apegarnos a las normas y a lo que otros consideran correcto, incluyendo convenciones sociales que repercuten en nuestras decisiones de vida, como la elección de una carrera profesional, modo de vestir, preferencia sexual y en este caso, el casamiento.
Vivimos en una sociedad en la que se inculca el miedo como eje rector de nuestras vidas y nos siembran la idea de que en el riesgo tenemos todas las de perder, por lo que decidimos no salir nunca de nuestra zona de confort y nunca logramos conocer qué más existe allá afuera, incluyéndonos a nosotros mismos.
Ese mismo temor se presenta en el autoconocimiento y la introspección, porque si decidiéramos aventurarnos a nuestro inconsciente, seguramente encontraríamos cosas verdaderamente escabrosas que no todos somos capaces de enfrentar. Sin embargo, en esa superficie pantanosa también hallaríamos las respuestas a muchas de nuestras preguntas que nos permitiría saber realmente quiénes somos y qué es lo que queremos obtener mientras estamos vivos.
El segundo punto, es que nos cuesta demasiado trabajo comprender a los otros. Por naturaleza, somos seres egoístas que andamos por la vida buscando nuestro propio beneficio con un sentido de supervivencia, y por lo mismo, la competencia con el otro nunca termina. Ponernos en los zapatos de los demás es algo que hacemos cada vez menos, porque siempre queremos tener la razón y no podemos entender que el mundo no se rige bajo nuestra perspectiva u opiniones. Esto, evidentemente hace casi imposible poder lograr una verdadera comunicación con una pareja, porque todo el tiempo estamos pensando en nosotros mismos, en lo que nos conviene y en cómo podemos obtener el mayor beneficio del otro.
Tercero, no estamos acostumbrados a ser felices. Aprendimos que el amor debe sufrirse, que debe ser una historia dramática con un trágico final como en Romeo y Julieta. Constantemente nos involucramos con la persona equivocada, relaciones destructivas donde abunda la dependencia emocional y dejamos pasar a las personas que verdaderamente valen la pena; aquellas que se encuentran emocionalmente estables, que son maduras y confiables. Buscamos los patrones que ya conocemos, comúnmente adquiridos durante nuestra infancia o en relaciones pasadas; pero sobre todo, muy en el fondo creemos que no merecemos ser felices, a pesar de que decimos que queremos serlo, lo que en realidad buscamos es aquello que a lo que estamos acostumbrados.
El cuarto punto es, aunque nos cueste aceptarlo y muchos no estarán de acuerdo con ello, que no nos gusta estar solos. No sólo hablamos de un periodo de abstinencia prolongado, que si bien puede satisfacerse con parejas eventuales, definitivamente no es lo mismo que tener una pareja estable. Todos hemos pasado por una tarde de domingo en que desearíamos estar compartiendo el sillón con una persona especial mientras vemos una película, y que calan los huesos por sentirnos terriblemente solitarios; por lo que no extraña que con tal de llenar ese vacío en nuestro interior y en nuestras camas, tomemos la decisión de estar con alguien por quien apenas sentimos algo verdadero.
Quinto, el matrimonio como presión social. Llega cierta edad en que nuestros amigos comienzan a casarse, incluso a tener hijos, y de pronto, somos los únicos en las reuniones que permanecemos solteros. Quizá para algunos resulte indiferente, sin embargo, en otros puede generar cierta vergüenza y sentirse apresurados por seguir los mismos pasos. Además, casarse tiene cierto prestigio; erróneamente un anillo en la mano significa en muchos contextos que hemos alcanzado suficiente madurez, tanto emocional como económica, lo cual nos impulsa a tomar esa decisión tan importante antes de tiempo. Se convierte en un contrato, tal como solía ser en la antigüedad, donde solamente importa la seguridad financiera, repartición de bienes y estatus social, dejando fuera por completo el romanticismo. Irónicamente, en un intento por rescatar el lado amoroso del matrimonio, no nos detenemos a pensar fríamente las cosas, a evaluar los pros y contras porque “el amor no se piensa, se siente”, y aunque en cierta medida esto puede ser verdad, tampoco deberíamos dejarnos llevar únicamente por los impulsos.
¿El matrimonio es para ti? por culturacolectiva
En sexto lugar, creemos que casarse es sinónimo de amor, y no necesariamente. Para nosotros es natural que después de cierto tiempo de noviazgo, lo obvio es dar el siguiente paso y andar al altar, pero, ¿por qué? Acudimos a esta institución social porque de alguna manera creemos que en ella encontraremos la felicidad y el amor eterno, que si sellamos el trato entonces haremos permanente todos esos momentos perfectos. Pasamos por alto el hecho de que también habrá problemas, etapas difíciles y que no se compara la experiencia de ser novios con la de ser esposos.
Séptimo. Queremos dejar de pensar en el amor. Desde que tenemos memoria, sólo pensamos en el amor en cualquiera de sus formas, aunque sea sólo por una noche. Queremos deshacernos de la monserga de las citas repetitivas, de los corazones rotos, el sexo casual, todo por sentirnos acompañados…
Por esto y más, es que terminamos por casarnos con la persona equivocada. Quizás, a todos nos llegue el momento de elegir a nuestro compañero de vida, pero ante tal decisión, lo más importante es hacer conciencia de ello, pensar por qué queremos hacerlo y tomarnos nuestro tiempo, sin prisas, para dejar el menor margen de error. Incluso, tal vez para algunos el matrimonio ni siquiera sea la respuesta, pues no significa más que un documento que acredita una unión que, finalmente, no es necesaria para avalar el amor que existe entre dos personas.
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Referencia: The School of Life
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