“Lo que más odiamos es lo que más se resiste a dejarnos”
Leonardo da Jandra
Resultaría imposible transitar este mundo sin pensar en el porvenir. Para algunos escritores, como Hermann Hesse, cada año tomamos la decisión más importante de nuestras vidas: no suicidarnos; o al menos así lo expresó en su célebre libro El lobo estepario (1927):
Todos saben bastante bien, en cualquiera de los rincones de su alma, que el suicidio es, efectivamente, una salida, pero muy vergonzosa e ilegal, en el fondo es más noble y hermoso dejarse vencer y expirar por la vida.
Por ello, el fin de un año y el inicio de otro representan —al menos para las sociedades occidentales— una oportunidad de ver el amanecer en la penumbra de sus decisiones. Cada Navidad y Año Nuevo, familias y amigos se reúnen para esperar el ansiado nuevo comienzo; hacen planes, se ilusionan y llenan sus pensamientos de esperanza y porvenir. Sopesan sus deseos para cuando el primero de enero toque nuestra puerta, y la vida dé un giro que desaparezca lo que el año anterior trajo y lo dirija hacia nuevas y mejores direcciones.
Pero la ilusión suele terminar pronto. En los primeros meses del año nuestras convicciones comienzan a perder fuerza, notamos con frustración cómo nuestra vida toma la misma dirección del año anterior; pero ahora ha pasado un año más, y nos sentimos más viejos y cansados. De inmediato, comienzan los cuestionamientos en los momentos de necesaria soledad: ¿cómo llegué tan lejos?, ¿cómo pude resolver mis problemas el año pasado? Y es allí donde nace el verdadero mérito de los seres humanos y su inalterable voluntad de ir hacia adelante. No es extraño que al ser conscientes del paso del calendario en nuestras vidas, percibamos como admirable nuestra perseverancia y el deseo incansable de no darnos por vencido en este mundo hostil.
Uno de los propósitos más comunes que hacemos cada año es conocer nuevos lugares. Aunque quizá viajar sea uno de los más deprimentes, tratamos de huir aunque sea por unos días de lo que nos hiere. Resulta defendible que cuando comenzamos a trabajar y llevamos a cuesta algunas irremediables decepciones, comenzamos a desear salir de la cotidianidad en cada oportunidad. Cada año, el escepticismo nos acompaña y parece descansar apenas el fin de año aparece y nos arroja el balance final. Para algunas personas, será positivo o negativo, dependiendo su capacidad de reflexión, crítica y aspiraciones; pero lo que puede ser cierto es que detrás de todo hartazgo, frustración o éxito, se esconde la suma de pequeñas decisiones que nos llevaron a alcanzar o a fracasar en nuestros objetivos.
En las principales librerías podemos notar cómo se comienzan a poner de moda libros en forma de recetario o agenda que nos ayudan a cumplir lo que prometimos en el año nuevo. Pero sería recomendable alejarnos de aquellos autores, psicólogos o juveniles botargas impulsadas por la mercadotecnia que nos venden la vida como una serie de reglas a seguir. Si existe una cosa que podemos respetar de nuestra individualidad y de quienes nos rodean, es estar conscientes de que nadie tiene la autoridad de decirnos qué hacer de nuestras vidas. La verdadera motivación debe nacer de nuestra capacidad de crítica y del bien que podemos realizarnos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos; un impulso honesto por tratar de cumplir una de las más nobles tareas de la vida: hacer de lo que nos rodea un lugar más habitable.
En el mundo de las letras es habitual plantearse leer una determinada cantidad de libros cada año. Buscamos una lista de libros del momento o libros fundamentales que toda persona debería haber leído. Sin duda, existen textos cuya belleza, originalidad o aporte social en determinada época es innegable; pero más que plantearse ser un lector voraz que pueda presumir de la cantidad de libros que leyó en el año en sus reuniones sociales, sería plausible generar lectores curiosos que exploren nuevos autores y corrientes literarias. Una verdadera persona de letras emprenderá el viaje hacia textos que lo hagan definir su propio camino.
Finalmente, no podemos olvidar que gran parte del tiempo en este mundo globalizado suele narrarse a través de las redes sociales. Así que ser cuidadosos con el material del que somos víctimas y flanco, ayudará a usarlas sabiamente y ocuparlas como herramienta y no como la regla con la que medimos nuestra vida. En resumen, piensa que de nada te sirve ponerte metas y pensar en propósitos, si no sabes el rumbo que quieres tomar o si desconoces cuáles son los valores realmente importantes para ti. La intención de mejorar debe nacer desde lo propio, y no como una medida de comparación con los demás.
**
Esperar al próximo año paro retomar los propósitos que dejaste pausados es otra excusa para seguir postergándolos. No dejes que la “magia del año nuevo” te haga el milagro, sal a correr, abre un libro, compra tus boletos y empieza a cambiar el rumbo de tu vida desde ahora.