Swipe a la derecha. Match.
Él era muy guapo y yo, necesitada de amor —es la verdad, no me engañaré— sucumbí ante la mirada verde, el ángulo correcto de la selfie y el «hola, nena» que abrió la conversación.
Luego de todo el protocolo convencional de las apps de citas —que implica intercambiar números telefónicos y aclarar lo que cada uno busca— coincidimos en que sólo queríamos pasarla bien. Acordamos una cita para tomar una cerveza, darnos unos besos y ver qué sucedía después.
Entre lluvia y un par de tacones incómodos llegué a la cita y él, cual príncipe de Disney agitó la melena —ni tan larga ni tan corta— y se bajó de una moto. Tenía pinta de bad boy, pero con aires de amabilidad y, repito, era como un príncipe de película animada, pero el chico perfecto se convirtió en el villano, porque la pesadilla comenzó.
Su primera pregunta fue «¿Cuánto pesas? Para saber si te voy a aguantar en la cama»… sí, tenía una connotación sexual que no me esperaba y que, a decir verdad, me hizo sentir entre incómoda y molesta, pero al final me resigné porque era el objetivo de la cita. Él frente a mí, yo frente a él. Una cerveza y un mezcal. Una plática interesante y algunos coqueteos. Todo bien. Pero de pronto ese príncipe de pelo radiante se convirtió en un pulpo incontrolable.
Empezó a tocar los huesitos de mi pecho, me estremecí, no lo puedo negar, pero con el paso de los minutos sus manos recorrieron mi piel hasta llegar a los senos. Sí. De pronto sus dedos estaban dentro de mi sostén mientras mi rostro enrojecía, sudaba y se notaba incómodo. Él, por el contrario, sonreía y sus ojos verdes se llenaban de emoción. La adrenalina corría por sus venas, podría apostar que más que la que sentía cuando se montaba en su moto.
No obstante, luego de decirle que se detuviera, lo hizo… aunque el gusto me duró 2 minutos. Se transformó en el hombre más patán sobre la Tierra. Lejos de manosear a su gusto y antojo o ejercer su fuerza física sobre mí, los comentarios al respecto eran graciosos para él, pero algo violentos y de mal gusto para mí.
«Yo te las sacaría en frente de todos»; «en dos minutos vas a estar empinada en esta mesa»; «esas morras nos están viendo feo porque te estoy tocando»; «los de atrás nos vieron mientras te metía las manos en el pantalón, te las quiero morder»; «me dan ganas de masturbarte»…
Entre decenas de frases similares acompañadas de acciones humillantes y un moretón posterior, lo confronté retándolo a que sacará su miembro, así como él me obligaba a exhibirme en público. ¡Sorpresa! Lo hizo frente a todos, obligándome a verlo y a tocarlo, aunque, a decir verdad, me preocupaba más lo que pensaran las personas, no tanto el acto de violencia.
De pronto y como una luz redentora, su celular sonó anunciando su partida con un viejo pretexto que, a estas alturas, me importa un comino si era real o no. Simplemente me salvó del acoso y la desesperación. Prometió llamar, ja.
El tiempo corrió y lo olvidé. O eso creí.
Los meses pasaron y su promesa no se cumplió, por fortuna. Pero una mañana, entre cansancio y sueño, una historia en Instagram me hizo recobrar el ánimo. El círculo de colores vibraba alrededor de la foto de mi crush, el chico que por mucho tiempo me ha tenido en ascuas, siguiéndolo desde las sombras de un perfil falso y las habladurías que, muchas veces, me he inventado en la mente. Él, el que no sabe qué pasa con mi corazón ni se lo imagina y si es así, nunca lo dirá.
Abrí el círculo y un balde de agua fría, de realidad, de sorpresa o de todo junto me cayó encima. En la primera foto él lucía radiante y hermoso. Pero en la siguiente estaba con alguien, con su flamante hermano a quién nunca muestra en las redes sociales ni en público, es como un fantasma en su vida. Nadie conoce su rostro ni su nombre, sólo su existencia.
Pero esa historia lo mostraba al mundo, por fin. Ahí estaban los dos sonriendo y posando. ÉSA FUE LA SORPRESA: el flamante hermano desconocido era el patán de mi cita. Aquel hombre incómodo que me tocó, que se burló y me utilizó en un bar era el hermano menor de la maravilla de chico que es EL CRUSH. El que sí piensa en los demás, el que respeta, el que ayuda, el que no me hace caso…
¿Cómo era posible? el mundo es tan pequeño que me sorprende, pero eso me dejó muchas preguntas: ¿será que mi crush es igual de horrendo?, ¿tal vez debería ser más sexual con él?, ¿es de familia?, ¿acaso hay algo oculto y asqueroso en su vida personal?… No lo sé, nunca lo sabré y a decir verdad, me aterra investigar. Así que me quedaré con el recuerdo de una cita terrible y el amor imposible de alguien a quien su familia, ha dejado mal frente a mí. Desde entonces, mi corazón está roto y desconcertado, pero mi intuición está más alerta cada día.