Cuando tuve mi primer episodio depresivo yo cursaba el primer año de la preparatoria, mis padres pensaban que era la etapa de la adolescencia por lo que nadie lo tomó en serio, ni siquiera yo. Lo dejé pasar. Desde chico crecí lleno de inseguridades que abarcaban desde mis capacidades, habilidades, sentimientos y, por supuesto, mi físico, entonces –quizá– este proceso ya llevaba acumulándose más tiempo del que pensé. Tiempo después (mucho) empecé a enfermarme con bastante frecuencia, el doctor decía que había probabilidades de cáncer, dejé de comer, me desmayaba seguido… pero los estudios no revelaban nada claro. Meses después de estar en medio de estudios, doctores, jeringas y medicinas, el especialista llegó a la conclusión de que era depresión: sí, esa cosa que había surgido tiempo antes y que habíamos decidido ignorar.
Mis piernas estaban llenas de moretones, no tenía energía ni ganas de hacer nada, lloraba todo el tiempo, ni siquiera sabía por qué, sólo quería hacer algo que me demostrara que mi cuerpo seguía sintiendo algo o si estaba tan muerto como me decían. Mi rendimiento escolar disminuyó, pasaba noches enteras sin dormir; decidí ir a terapia, misma en la que era 80 por ciento llorar y el otro 20 hablar, no mucho a decir verdad. ¿De qué podía hablar si no sentía nada?, ¿de qué hablaba si ni una película provocaba cosquillas en mi interior? Ni siquiera cuando mamá lloraba por mi inestable salud metal. Nada, no sentía absolutamente nada. Fue entonces cuando entendí que la depresión tiene el superpoder de camuflarse de mil y un formas más que simple tristeza.
1. No sientes nada
Sí, fue una insensibilidad que no me dejaba estar en paz. Era algo verdaderamente trágico que no sintiera emoción cuando leía un buen libro, cuando veía a mi familia, y las canciones sólo me recordaban que la melodía en algún momento me erizaba la piel pero ya no lo sentía más. La depresión te arrebata todo, hasta tu identidad.
2. No tienes deseo sexual
¿No lo crees? Sí, es cierto. La depresión puede dejarte sin ganas de tener contacto sexual con alguien más porque simplemente no sientes la misma satisfacción que siente la otra persona. Ni siquiera sientes placer, mucho menos sentimientos.
3. Falta de atención y de energía
En ese tiempo me volví distraída, no ponía atención a nada de lo que me decían y aunque pusiera, no lograba retener la información. Tampoco tenía ganas de hacer lo que hacía antes, sólo quería dormir, o cuestionarme, o culparme de lo que me estaba pasando porque creía que algo estaba mal en mí y que sólo yo lo había provocado.
4. Disminuye la capacidad para terminar tus cosas
Habían días en los que consideraba hacer un nuevo dibujo, leer el libro que ya tenía desde hace un tiempo y que no había empezado, salir a correr, o hacer lo que sea, pero no importaba lo que quisiera porque al final no lo terminaba, no le daba continuidad simplemente porque se me iba el entusiasmo de realizarlo. Fue tremendo.
5. Falta de placer en actividades que te gustaban hacer
Dejé mis pasiones a un lado, incluso atrás porque no provocaban nada en mí, porque ya no me hacían llorar de felicidad, porque no me hacían sentir plenitud… porque olvidé quién era y mi razón de ser, porque olvidé mi identidad y lo que me complementaba.
6. Indecisión
No tenía la capacidad para tomar decisiones: blanco o negro, hamburguesa o tacos, ropa, ir a terapia o no, tomar mi medicina o no, o lo que fuera, desde decisiones insignificantes hasta otras sumamente importantes que podían marcar el curso de mi futuro. No podía decidir por mí mismo y ni siquiera me importaba, que era peor.
7. Disminuye la memoria
No lograba retener información, no podía recordar nada de lo que me decían, incluso olvidaba las palabras, olvidaba tanto que, ahora, sólo quiero olvidar todo eso.
Es verdad que aún no me recupero del todo, no tiene mucho tiempo que pasé por mi último episodio depresivo, pero es un día a la vez porque hoy la música vuelve a erizarme la piel, porque hoy vuelvo a amar, porque hoy un poema sencillo me hace llorar, porque hoy volví a hacer yo.
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