No hace falta estar enfermos para sentirse desencajados, llenos de estrés o agobiados hasta el tope por las obligaciones que invaden nuestro día a día. En ocasiones, una visita al doctor con pleno convencimiento de que algo anda mal sin saber qué, termina con la prescripción de antibióticos y tratamientos placebo, además de un par de días de reposo. No hace falta ser una eminencia en la medicina para descubrir que después del receso, no fueron los antibióticos ni el tratamiento lo que causó una mejoría en cuerpo y mente, sino el descanso que pausó el furioso ritmo de vida actual por un momento.
Entre la espesa capa de contaminación que cubre a las grandes urbes, millones de personas se desplazan en un frenético vaivén que se reproduce como bucle cada día de la semana. El caos del transporte público por la mañana se replica por la tarde, el lunes es igual que el miércoles en la oficina y el vértigo con el que transcurre la vida no da un momento de respiro entre el cemento que marca cada paso y el acero que impide ver el horizonte.
El estrés se apodera de la vida con suma facilidad. Sólo hacen falta un par de obligaciones para ser absorbidos por el vórtice que arrasa con todo placer y relajación para hundirse en una espiral de pensamientos dirigidos únicamente a los problemas, el trabajo y todo lo que hay por hacer.
En Japón, un país que presume su alta productividad y competitividad, la tecnología de punta que desarrollan sus empresas más emblemáticas y una alta calidad de vida, experimenta un fenómeno que conmocionó a la sociedad a finales del siglo XX y hoy está a punto de ser absorbido como un número más de la gris cotidianidad: se trata del karoshi, la muerte por exceso de trabajo.
Los japoneses, igual que ocurre en Latinoamérica, aún ven con malos ojos cuando alguien deja la oficina a su hora de salida, no responde el smartphone u olvida el correo electrónico durante los fines de semana. Lo anterior, además de las altas tasas de suicidio entre jóvenes después del inicio de clases, generó un debate sobre el estilo de vida nipón y las consecuencias de la presión que ejercen todas las instituciones en los individuos.
A partir de entonces, surgieron distintas terapias con el objetivo de reducir el estrés y la presión laboral, pero ninguna ha logrado resultados tan benéficos como el Shinrin-Yoku. Se trata de un procedimiento natural, no invasivo, que no conlleva ningún gasto ni tiene efectos secundarios adversos, tan simple como salir a caminar a un bosque cercano por un par de horas, olvidándose del smartphone y cualquier otro aparato electrónico.
El objetivo de Shinrin Yoku es salir a dar paseos en un entorno natural, rodeado de vegetación y lejos de la contaminación visual y auditiva de una ciudad, centrar la atención en la atmósfera: el ruido de las hojas de los árboles movidas por el viento, las tonalidades de la luz del sol que se filtran a través de las rendijas entre arbustos, el crujir de hojas secas, los sonidos de insectos y aves o los olores de las flores que adornan un macizo.
La práctica es cada vez más común en la isla, mientras otros países y distintas empresas comienzan a adoptarla como una forma de esparcimiento, relajación y terapia antiestrés. Los japoneses se remontan a su cultura milenaria de meditación y encuentro consigo mismo, al mismo tiempo que desarrollan investigaciones sobre los efectos positivos de introducir al hombre de nueva cuenta a la naturaleza, al menos por un par de horas.
La forest therapy, como es llamada en los países de habla inglesa, cuenta con 48 centros oficiales según la Agencia Forestal de Japón. La defensa y promoción del Shinrin Yoku van más allá de la crítica filosófica sobre la alineación del hombre y el estilo de vida en la posmodernidad: Yoshifumi Miyazaki es un antropólogo fisiológico y pionero de la investigación que relaciona los árboles y la naturaleza con el bienestar del hombre. Según Miyazaki, todo parte del legado biológico del hombre. Después de pasar más del 99 % de tiempo en los bosques y entornos naturales desde que se formó nuestra especie, desarrollarse en un espacio urbano donde apenas existen áreas verdes es un cambio abrupto que facilita el aumento de estrés y tensión.
Los beneficios de la terapia de los bosques están comprobados por la ciencia. Un estudio de la Escuela de Medicina de Tokio demostró que un paseo por el bosque o un parque rico en vegetación estimula al sistema inmunológico y favorece la aparición de glóbulos blancos. Esto se debe a los compuestos volátiles aromáticos de los árboles. Los datos duros de los efectos positivos de esta terapia no son pocos: La presión sanguínea, la hormona causante del estrés, el cortisol, la actividad del nervio simpático y el riesgo de infartos descienden entre 5.8 y 12.4 % sobre quienes pasean en el medio primigenio de nuestra especie.
El resultado de estas cifras tiene un origen lógico y hasta cierto punto predecible. Las actividades y obligaciones de todos los días exigen la concentración directa y permanente, como estar frente a una computadora, escribir números o trazar gráficas. Cuando llega la hora del esparcimiento, la mayoría de los citadinos recurrimos a la televisión, el smartphone y las redes sociales, más de lo mismo. De ahí que conectar con la relajación, olvidarse del trabajo forzado del cerebro y captar con cada sentido la naturaleza sea una actividad que reporta grandes beneficios para la salud.
Si quieres conocer hasta donde es capaz de llegar el estrés y la presión social por competir entre millones de personas con las mismas capacidades en busca de un puesto de trabajo o una calificación alta, lee ¿Por qué los jóvenes se suicidan el primero de septiembre? Descubre cómo la estructura más compleja que conoce el ser humano funciona realmente y olvida algunos de los mitos sobre el cerebro que siempre creíste reales.