Usualmente, todos decimos una gran mentira para intentar sentirnos bien con nosotros mismos y eso no es sino una muestra de que algo anda mal. Esa falsedad compartida se suele materializar en un tipo de enunciaciones muy claras y por más que se pretenda que con ellas se está logrando algo bueno, no hay manera de que signifiquen una actitud positiva. Esos engaños se caracterizan por expresarse de las siguientes maneras:
1. No me importa lo que los demás piensen o digan de mí.
2. Me gusta ser diferente.
3. Prefiero estar lejos del resto porque no los necesito para nada.
Las repetimos tantas veces y con tanto esmero que en algunos casos pareciera que es verdad; pero en el fondo, nadie es así. Puede que bajo ciertas circunstancias no requiramos de nadie, prefiramos mantenernos alejados o estemos tan convencidos de nuestras acciones que la opinión ajena salga sobrando; sin embargo, tomarlo como una actitud eterna y propia de nuestra personalidad no es otra cosa más que el mal funcionamiento de un cerebro humano.
“Decir en voz alta, entonces, que para nada te interesa lo que piensen los demás, es exactamente muestra de que sí te importa”.
La especie ha evolucionado para prosperar en grupos sociales; por lo tanto, según investigaciones, el deseo de soledad e individualidad son traducciones pragmáticas de una muerte en el contexto evolutivo. En ese desarrollo, hombres y mujeres hemos perfeccionado sentimientos de empatía, colaboración y respeto; el cerebro ha sido tan capaz de crecer lo suficiente y ampliar sus funciones que la vida social es una consecuencia de esa evolución natural.
Que no se malinterpreten estas palabras y entonces se crea que el humano tiende a querer ser aceptado siempre y a aceptar lo que sea; más bien, esto significa que todos necesitamos encajar en un determinado grupo y separarnos de otro. Constantemente aspiramos a estar junto a alguien o a un grupo de personas que consideramos lo mejor para nuestro desenvolvimiento y desdeñamos a quienes no entran en esa tipología. Buscamos el beneficio y el rechazo al mismo tiempo.
“El cerebro encuentra en el agrado y la convivencia su manera natural de ser”.
Decir en voz alta, entonces, que para nada te interesa lo que piensen los demás, es exactamente muestra de que sí te importa, sólo que prefieres dar la impresión opuesta. Porque quizá, de esa manera, logres entablar un lazo con otro sujeto que también diga no tener esa preocupación. Hasta el más segregado o outsider en el mundo termina generando una identidad grupal en la cual refugiar tu sentir.
Muestra de ello es que cuando se es adolescente y los conflictos del crecimiento se presentan, es muy común decir que no se necesita del mundo, pero al mismo tiempo, se busca un grupo que represente lo ideal para nosotros y que sea estéticamente reconocido. De allí una posible explicación a la génesis de tribus urbanas o subculturas que buscan romper con la realidad ordinaria pero, en efecto, mantienen un incomparable respeto por sus iguales.
El asunto es que llegada la etapa adulta de un ser humano, las personas se organizan todavía en redes sociales más complejas y entran al juego historias, intereses, aspiraciones, capacidad económica, gustos, marcas, consumos, etcétera, haciendo de la convivencia algo que siempre necesitamos pero en todo momento también rechazamos. Porque justamente esas estructuras de conexión no son accidentales, sino un largo proceso para elegir con quién, cómo y cuándo estar. En este caso, el alejar a otros es normal; pero alejar a todos no es una buena opción para tu persona.
“La especie ha evolucionado para prosperar en grupos sociales; por lo tanto, según investigaciones, el deseo de soledad e individualidad son traducciones pragmáticas de una muerte en el contexto evolutivo”.
Aquellos que ahuyentan absolutamente a toda la humanidad, que intentan dar una mala impresión a propósito o que se alejan agresivamente de la sociedad mediante discursos de individualidad o supremacía presentan, de acuerdo a una investigación en la Universidad de Sheffield, una actividad muy peculiar en el cerebro a comparación de quienes saben estar a veces acompañados y a veces solos.
Esas extrañezas que se hicieron visibles durante el estudio se deben a que un cerebro común y corriente no presenta esas funciones en un momento cotidiano, en un contexto donde sabe que los demás lo ven con agrado; en cambio, el cerebro de quienes se esfuerzan por ser marcadamente diferentes o “independientes” al resto, hacen notorio un trabajo más duro de conexiones o estimulaciones.
¿Eso que quiere decir según los estudiosos? Que el cerebro encuentra en el agrado y la convivencia su manera natural de ser y en los sentimientos contrarios, un arduo empeño por funcionar en oposición a su instinto.
¿Cuáles son las conclusiones? Sí, tomamos elecciones porque sus desarrollos y finalidades nos agradan, nos complacen, pero también porque nos gusta que ellas nos posicionen en determinados grupos y nos desprenda de otros. Lo que es meramente imposible es no quererse asociar a nadie. Si de verdad se experimenta eso, es tiempo de visitar a un profesional; esos juicios de indiferencia o de gustosa alteridad nunca están dirigidos al mundo entero, y de estarlo, son señal de que algo anda mal.
Quizá te interese seguir leyendo sobre este tema en un sentido más cercano a la psicología; entonces debes leer los tipos definitivos de personalidad según Carl Jung y 5 sueños que revelan tu personalidad.