En México existen aproximadamente 225 mil personas que viven con VIH, cada dígito encierra una historia particular que no puede sólo reducirse a números. Como el caso de un joven al que llamaremos “John Doe”, quien nos cuenta lo que implica vivir con el Virus de Inmunodeficiencia Humano. Nació en un municipio del Estado de México, pero John llegó a vivir a la Cdmx en enero de 2013, a los pocos días de su arribo se realizó una jornada de salud gratuita en el zócalo capitalino, un hecho fortuito llevó a Doe hasta ese lugar para realizarse una prueba rápida de detección de VIH; fue una mañana de sábado cuando escuchó la frase que cambiaría su vida para siempre: “Tu prueba aparece como reactivo débil”; al ignorar la terminología, interrogó al personal en busca de una explicación, a lo que recibió la ambigua respuesta: “Hay mucha probabilidad de que sí sea o no”.
Una segunda prueba le fue aplicada y sólo demoró un minuto en arrojar el resultado, aunque el tiempo lo percibió como una verdadera eternidad, en el cual la incredulidad y falta de confianza en el proceso, debido a la mala organización de los aplicadores, propició que lo invadiera el estrés hasta que por fin se lo confirmaron: “Tu resultado es reactivo positivo”. En ese momento su mundo se vio deshecho y un bloqueo invadió su mente. Con más interrogantes que respuestas abandonó el lugar, no sin antes recibir la invitación a asistir el siguiente lunes a la Clínica Condesa, para hablar con más detalles de su situación, porque “ya no contaban con más tiempo para atenderlo”. Sentía vivir el preludio de una muerte segura, sus metas se veían interrumpidas ante sus ojos, y frases de autorecriminación llenaban su pensamiento: “Dios te lo mandó por haber hecho algo mal, te lo mereces, terminarás solo y enfermo”.
Poco dinero para subsistir en la ciudad, distanciado geográficamente de su familia y con un amigo como única compañía, fueron factores que hicieron que se agudizara el sentimiento de desesperanza que por momentos se volvía en negación. Aún en estado de shock acudió conforme a lo solicitado, a la Clínica Condesa para realizar las pruebas comprobatorias de rutina y recibir instrucción de lo que sería el inicio de un extenso procedimiento de estudios médicos y trámites administrativos; asesorado por el personal de la institución, John actuaba como un autómata, cumplía con los requisitos pero sin reparar por completo en ellos. En ese sitio también encontró el programa AS-PAR, dedicado a la asesoría de los recién diagnosticados por parte de activistas que también viven con el virus; para él esto se convirtió en un apoyo fundamental, ya que pudo conocer a más personas en una situación similar y fungió como una suerte de refugio emocional primario.
Durante dos meses se sometió a estudios que determinarían su tratamiento ideal, a los cuales acudía solo pero confiesa: “Me hubiera gustado que mi mamá me acompañara en el proceso”; sin embargo, la lejanía y el desconocimiento de ella imposibilitaron su presencia: “Era muy complicado lidiar con la concepción que yo tenía sobre el VIH, lo que creía que no me iba a permitir hacer y también con la construcción social que el resto tiene sobre la enfermedad”.
Los primeros tratamientos que surgieron requerían de incluso tres tomas al día, los cuales tenían un alto nivel de toxicidad y podían alterar gravemente otros órganos, lo que derivaba en más complicaciones para la salud del paciente; pero los avances científicos y el impulso de los activistas han logrado mejoras en los medicamentos hasta los que se usan hoy, como el que le fue asignado a John, que consta de una sola pastilla al día para mantener el número de copias del virus en su organismo como indetectable, y le asegura un control de la enfermedad. Esto ayuda a una mejora en su calidad y esperanza de vida, ya que es menos agresivo con su organismo.
Cuando recibió su primer frasco de medicamento aún existía en él un resquicio de negación: “Yo me sentía bien y por momentos pensaba que esto no estaba pasando, porque no veía el virus ni lo sentía”, pero tener la píldora entre sus manos hizo en su mente más real la presencia del VIH: “Antes de tomarla, pensé, acabo de casarme y en esto no hay divorcio”. Las primeras semanas fueron complicadas debido a los efectos secundarios que aparecieron, como nauseas, vómito y sueños vividos que, por momentos, alteraban su percepción de la realidad; al inicio resultaron severos para el joven de entonces 23 años, pero con el paso de las semanas su cuerpo comenzó a asimilar el tratamiento y estos desaparecieron.
Al darse cuenta que la figura de “enfermo, solitario e imposibilitado” era sólo un estigma social y personal que distaba mucho de su realidad: “En un año deconstruí una idea, pero a la par comencé a construir un nuevo discurso sobre el hecho de vivir con un diagnóstico de VIH”; esto le ayudaría para poder confesárselo a su familia: “Cuando lo hablé con mi mamá, después ya no me importó que todos los supieran”. A los pocos meses fue aceptado en una de las mejores universidades públicas del país, lo que significó un logro muy especial para John Doe, ya que era el primero de su familia en hacerlo; también obtuvo un trabajo que le permitiría ayudar a más personas de las que jamás hubiera podido imaginar.
Se demostró que una enfermedad crónica no era impedimento para consolidar sus metas, aunque todavía le quedaban barreras sociales que enfrentar, como el miedo latente al rechazo: “Una de las cosas complicadas es cuando inicias una relación interpersonal y debes decirlo, entonces recibes respuestas como: ‘no puedo con esto’, ‘es muy fuerte’, ‘me da miedo’, ‘no sé qué hacer’ o ‘te vas a morir'”. Las primeras veces fueron sacudidas fuertes para John, pues sentía una carga de culpa, pero paulatinamente transformó la idea, asumió la responsabilidad de sus actos y dejó de flagelarse por ello; no permitió que vivir con VIH lo defina como ser humano: “La falta de aceptación es tu problema, yo llevo tiempo lidiando con esto, no voy a cargar con tus miedos ni con que no aceptes mi diagnostico”.
Cuatro años y seis meses han pasado desde que John Doe fue diagnosticado con VIH positivo; hoy goza de un estado óptimo de salud, con una vida sexual activa responsable y está próximo a concluir su licenciatura; durante este tiempo, además del estudio y del trabajo, ha podido dar conferencias y pláticas que buscan la sensibilización del tema para que exista una mayor apertura, aceptación social y cultura de la prevención. Desde su trinchera busca: “Hacerlo más visible para quitarle ese peso y romper con el estigma”, ya que vivir con un diagnostico VIH no debe ser sinónimo de ignominia o causa de segregación, tampoco es una sentencia de muerte. El riesgo calculado de contraer VIH con una persona que tiene carga indetectable es menos del 0.1 % y casi nulo si se agrega el uso de preservativo, incluso se estima que tener relaciones sexuales durante 10 años con una persona VIH positivo en tratamiento es del 40 %.
Hombres, mujeres y niños, sin importar su condición social o preferencia sexual, pueden adquirir el Virus de Inmunodeficiencia Humana, si bien se han logrado avances en el tema, aún se requiere sumar esfuerzos de los gobiernos, asociaciones civiles y sociedad para generar una mayor consciencia encaminada a disminuir la transmisión y desestigmatizar el tema. Es responsabilidad de cada individuo ejercer su sexualidad con responsabilidad.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Evan James Atwood.