Si el amor es un juego, se trata de uno en el que dos personas se sitúan en cada extremo de una cuerda intentando jalar más fuerte. Por más extraño que parezca, ese ejercicio de estira y afloja es más que una metáfora en muchas relaciones. Aun hablando de parejas famosas o de aquellas historias salidas de un cuento de hadas, el “juntos hasta que la muerte los separe” se ha vuelto una frase vacía.
El hecho de que algunas parejas de mujeres y hombres maduros hayan durado tanto tiempo sin ningún tipo de conflicto aparente, hace que algunos millennials crean en la idea de que un amor “chapado a la antigua” es lo mejor. Sin embargo, es preciso preguntarse cómo es que se construyeron este tipo de relaciones y si es correcto considerarlas una aspiración.
La larga lista de romances fallidos nos ha demostrado que, a veces, hacerse el o la interesante trae más desgracias que beneficios. Por lo que es momento de comenzar a dudar de esa “vieja usanza” y cuestionarla antes de que la miseria amorosa nos alcance en forma de desilusión.
¿De verdad vale la pena hacerte la difícil?
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Nada es tan sencillo como parece
Dentro de la formación de muchas personas ─hombres y mujeres─ está incluido un apartado en el que los padres o algún familiar cercano les aconsejó que para atraer la atención de alguien lo mejor es ignorarla, o por lo menos no darle señal alguna de ese interés. Esa postura es ridícula, sobre todo en un presente en el que nadie sabe cuáles son los verdaderos sentimientos y las intenciones reales de las personas.
Esa manipulación, según quienes la recomiendan, provoca en el interesado mayores ganas de conquistar a la otra persona. Es cierto, en ocasiones ésta resulta una técnica efectiva y la razón es simple: este juego alude a un instinto primitivo que nos hace sentirnos atraídos hacia algo o alguien lejano o imposible de alcanzar. Por ello, cuando alguien se hace la difícil, el cerebro se enfoca en calcular todos los medios para llegar a ese fin.
Quizá esa es la razón por la que las religiones tienen tanto éxito: prometen cierta iluminación y una salvación que prácticamente nadie ha alcanzado, pero que cada devoto se empeñará en conseguir. Lo único cierto detrás de toda esta parafernalia es que en ambos casos, religioso y sentimental, aquello que se anhela puede ser parte de una idealización que terminará por decepcionarnos.
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¿De verdad funciona presentarse como un ser inalcanzable?
Hacer una aseveración definitiva sobre ello sería entrar en un terreno ambiguo. No obstante, son más los que opinan que este método de seducción está bastante gastado, pues se ha comprobado que ya no somos capaces de transmitir o percibir de manera acertada las emociones. ¿Cómo esperan los abuelos, tíos o amigos que un método como “hacerse la difícil” funcione correctamente entre tanta confusión?
Es posible que la efectividad del método haya sido generacional; si bien es cierto que a nuestros padres y abuelos les funcionó de maravilla, a nosotros ─hablando desde un punto de vista masculino─ simplemente nos confunde de manera terrible. Al ser torpes para mostrar nuestros propios sentimientos, entender lo que siente otra persona es –sin lugar a dudas– uno de los enigmas más difíciles de descifrar. En ese sentido, el único acierto que le podemos otorgar al “hacerte la difícil” es que de concretarse una relación ésta será más valorada por la pareja. Sin embargo, para que una relación funcione no es suficiente con considerar lo que se consiguió como una especie de tesoro; esa admiración debe ser alimentada por ambas partes y de distintas maneras.
Evidentemente, esto no quiere decir que hay que entregarse a la menor insinuación, pero si se quieren evitar confusiones de cualquier tipo (como un “quizá no siente nada y sólo está jugando conmigo”), lo es mejor liberar un poco de tensión de vez en cuando. Es decir, de verdad te sientes atraída por una persona, debes hacérselo saber. Si no es así, basta con un simple “no” para que nadie salga perjudicado después de un cortejo innecesario.
Así como la tecnología ha avanzado, nuestra ideología ha cambiado y por lo tanto nuestra perspectiva sobre el amor y sus variantes. Por esa razón “hacerse la difícil” perdió gran parte de su efectividad, ya que nuestra generación no se caracteriza –precisamente– por su sinceridad emocional.