¿Quién eres?
¿Qué tanto has logrado con todo tu esfuerzo?
¿Quién te recordará cuando mueras?
Las preguntas se agolpan y un simple vistazo al espejo puede ser suficiente para devolver un pensamiento intrusivo que se cuela en la mente y amenaza con llevarse la calma. De pronto, la urgencia por identificarse con la imagen frente al cristal provoca un parpadeo voluntario y disimulado, sólo para confirmar que se trata de la misma persona que está articulando este razonamiento.
Levantas una mano, sonríes levemente y te das cuenta de que se trata de la manifestación física de tu consciencia en acción.
Entonces comprendes que como la tuya, la calle está repleta de millones de consciencias que se esquivan con torpeza para no estrellarse, como las estrellas en el firmamento que giran al mismo ritmo conforme avanza la noche, o los átomos que se unen para formar los elementos que rigen al mundo, pero no es suficiente.
¿Qué hay de esa sustancia que hace a cada persona distinta de las demás, ese misterio inescrutable que provoca empatía y al mismo tiempo, dota de originalidad a cada individuo?
Algunos credos le llaman alma, un halo de luz que rodea alguna parte inexplorada del cuerpo, sólo perceptible en estados alterados de consciencia o en la propia muerte. La neurociencia confirma que el conocimiento de sí es una de las funciones más complejas del ser humano, uno de los productos más acabados de la evolución, con un universo de misterios aún por confirmar.
Tú prefieres creer que se trata de algo a medio camino, entre la religión y la ciencia, un equilibrio que no sólo te parece sano, también deseable.
Al mismo tiempo que esa conclusión te causa una sensación de tranquilidad, el pensamiento que te trajo hasta este punto te devuelve de golpe a lo que ven tus pupilas y mientras sientes un alivio malsano de ser tal como eres, te enorgulleces de cada una de las particularidades que te distinguen de los demás. No sólo eres pensante, introspectivo y equilibrado, también único.
De pronto, descubres que por más que lo intentas, no puedes sacar a flote ni terminar con la relación sentimental en turno. Buscando los orígenes del problema, te remites a tu experiencia pasada y descubres que ocurrió lo mismo. ¿Será un patrón?
Sales a la calle y te das cuenta que no eres el único a quien le gusta la literatura inglesa en su idioma original, la cerveza importada y crees que The Velvet Underground es mucho más grande que The Beatles. “Alguien podría reunir las mismas características –piensas repetidamente–, pero nadie de la misma forma que yo”.
En el transporte público descubres que no eres el único que atiende a su teléfono inteligente y se abstrae de la situación. Deslizas el pulgar hacia arriba en busca de algo refrescante y al mismo tiempo, reafirmas que es momento de no seguir a esa página de noticias y olvidarte de su pesimismo para siempre. En el fondo, repasas tu postura favorita. Sabes que no te importa la política y que las guerras son estúpidas, que nunca mantendrías una conversación sobre el tema y que en el fondo, sólo votarías por el ecologista si prometiera rescatar a todas las mascotas abandonadas y animales en situación de calle.
De pronto, te das cuenta que la música y el cine que consideras sólo para entendidos, las situaciones que sólo plantea la vida a contadas personas (y tú eres una de ellas), tu repulsión a la política, tu individualismo a ultranza y cada uno de los aspectos que te hacen único e identificable, se reproduce como un patrón en toda una generación.
Crees que no perteneces a ninguna postura ideológica, a ninguna corriente política, a ninguna condición social y mucho menos respondes a una caracterización estereotipada. Sólo eres tú tratando de serlo todo el tiempo, de pasarlo chido y en el camino, enamorarte sin demasiado interés, tener sexo y probar drogas para experimentar nuevas sensaciones y salir a buscar frenéticamente, sin siquiera advertirlo, una condición que te haga único e irrepetible.
¿Qué se esconde detrás del miedo humano de ser trágicamente iguales a los demás, sin ninguna característica especial para distinguirse del resto?
El trabajo fotográfico de Claudia Rogge remite a estas cabilaciones, creando un diálogo que lo mismo funciona para admirarlo sin ningún compromiso que el de lucir como un entendido del arte, que para hacer una revisión crítica de lo que el individuo contemporáneo persigue incesantemente. Los cuerpos repetidos como un bucle eterno a través de collages, forman patrones mientras representan el triunfo del absurdo ante la realidad, del querer ser ante una realidad que pesa y se consolida ante la negación actual de la colectividad y la naturaleza humana.
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Conoce el trabajo fotográfico de Anna Morosini a través de las más “Salvajes fotografías de la mujer que no teme desnudarse ante una cámara”. Descubre la decadente situación del contexto político actual en Filipinas, donde la violencia se normaliza a grados alarmantes a través de la lente de Daniel Berehulak “Fotografías que nos recuerdan lo cruel y despiadado de la humanidad”.