Existe una edad en la que la inocencia se apodera de todos; ésa en la que el cambio paulatino entre la niñez y la adultez crea en nuestra mente caminos diversos sin conclusiones claras. Forjar las primeras raíces de identidad, crear vínculos y comenzar a descubrir la sexualidad y los constructos sociales que se crean alrededor, parece una tarea complicada que, sin embargo, todos sopesamos sin ningún tipo de opción.
Aun así, la inocencia masculina nos resulta ajena. Pareciera que el calificativo y la identidad sexual a la que adjetiva no van de la mano y en cambio, sí iría con “femenina”. La inocencia como temor, vergüenza e ingenuidad resulta sublime, pero al mismo tiempo se soslaya ante el poder y la rudeza; ante la fuerza, el vigor y el ímpetu.
La inocencia y la belleza, en cambio, empatan bien; puesto que en esta parte de la vida en la que alguien está cubierto de inocencia, el deseo hace que los instintos ajenos permeen este halo y conviertan al joven en un objeto de deseo. Tal como lo menciona Michel Foucault al hacer una interpretación de los Banquetes de Platón y Jenofonte, «esa edad de transición en que el joven es tan deseable y su honor tan frágil constituye pues un periodo de prueba: un momento en el que se pone a prueba su valor, en el sentido de que éste debe formarse, ejercitarse y atemperarse».
Las imágenes de Marta Serrano anuncian erotismo e inocencia: hombres con miradas infinitas y perdidas nos muestran un mundo en tono sepia en el que las etiquetas no caben. Con cuerpos semidesnudos, torsos ríspidos, la naturaleza circundante y posiciones que buscan el encuentro de nuestras miradas, esos hombres, en soledad, nos muestran sus vacíos con la sensualidad que sólo un ser ingenuo puede poseer.
En una combinación que genera un golpe, la fotógrafa muestra dos visiones de la inocencia: el desnudo que desvía la mirada del espectador, dispuesto sólo para la contemplación del que mira, y el hombre que reta pero pone barreras, que no retira los ojos sino que arrincona a quien lo ve mientras, sabe, está a salvo de cualquier encuentro.
Entonces, las imágenes hablan entre sombras, entre las líneas de tinta difusas que nos muestran esos halos familiares pero ajenos, hermosos pero distantes, dispuestos pero escondidos. Cuerpos que, sin duda erotizamos los espectadores y que, en el encuentro con sus modelos, también erotizó la fotógrafa.
De hecho, según sus declaraciones, esta fotógrafa española asegura que los jóvenes se han convertido, tal vez, en su más grande obsesión. En una entrevista con la revisa Is Morbo aseguró: «Un tema recurrente es mi interés por los chicos, es casi una obsesión. Tengo curiosidad por el sexo opuesto: cómo se ven, cómo son, cómo piensan y cómo se muestran y se mueven en el mundo. Como crecí con dos hermanos, encuentro una inmensa comodidad en rostros familiares en territorios desconocidos. Traté de captar la narrativa común que existe entre todos los jóvenes de todo el mundo mientras celebran sus diferencias obvias. Es una combinación de encanto, inocencia y poder que me hace reflexionar sobre su magnificencia y su fuerza ».
Según sus declaraciones, cada fotografía tiene una historia escondida y un significado profundo que debe ser descubierto por los espectadores. Luz, sombras, textura, detalles componen a sus modelos que aparecen en cada fotografía, en especial en esta serie llamada Enter My Dreams.
Jóvenes de diversas nacionalidades ayudaron a Serrano para que ella pudiera construir un mapa mental en el que las poses, los modos e incluso los cuerpos le hablan para decirle, igual que al resto de los espectadores, cómo es el poder masculino que se vislumbra a través de cada rastro de inocencia.
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