Laboratorio
Pronto una familia atareada y llena de lágrimas suplicará compasión a los médicos forenses pero todos, acostumbrados a vivir en ese caótico ritmo de vida, lágrimas, susurros, dolor y frialdad, no tienen otra palabra de aliento para quien acaba de ver cómo la existencia de su familiar querido se desvanece.
Una plancha fría sostiene al muerto rígido y marchito. Aquél que desde arriba se dispone a diseccionarlo para ver qué tiene dentro y manipular las vísceras de sus entrañas, sostiene el bisturí como en un proceso rutinario que sigue desde hace décadas.
Algodones en las cavidades para evitar que salgan fluidos, un masaje firme para que los médicos puedan trabajar y la rigidez no sea un problema. La última caricia, el último contacto humano. Cremas y aceites se encargan de mejorar el aspecto. Entonces hay que vaciarlo, eliminar aquello que provoque una putrefacción más rápida. Una incisión precisa en la arteria mientras la cubeta espera llenarse con toda la sangre que el difunto tenga en su interior.
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Después, un corte firme justo en medio del torso. El crujido que acompaña a la rigidez se hace presente y de pronto, el estruendoso sonido de las costillas partiéndose en dos aparece como un eco en el recuerdo que acompañará por el resto de sus días a quien hace la autopsia. El gas sale lentamente, el cuerpo descansa y el piso se mancha con un intenso color carmín que a diario hacen desaparecer con formol.
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Escena del crimen
La sangre corre en el pavimento que se encuentra a unos 40 grados centígrados con un sol que es un recordatorio de lo furtiva que resulta la vida. Los forenses se acercan, lo levantan con cuidado y lo cubren con una bolsa negra. Rápidamente lo suben a una camioneta acondicionada que mantenga la estabilidad de quien ya nunca más sentirá el intenso frío mortuorio.
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El fotógrafo Patrik Budenz conoce el lado más crudo de la muerte a la perfección. Cuando solicitó entrar al Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Berlín en 2007 para poder comenzar su proyecto, le denegaron cualquier tipo de permiso. Más tarde y gracias a su ímpetu, logró contactar al jefe del instituto, quien lo invitó a los cuartos de autopsia, laboratorios y hasta escenas de crimen.
Comenzó su trabajo con la serie “Search for Evidence” y en su libro “Post Mortem” hace una crítica del proceso que un cuerpo sigue después de la muerte. Sin ningún tipo de identificación, el fotógrafo sólo conoce pequeños resquicios de lo que le ocurrió al sujeto que ahora yace postrado, edad y causa de muerte, por ejemplo.
Las historias más crueles son las de aquellos que fueron asesinados o tuvieron un accidente. Lo entristece de un modo extraño puesto que, aunque nunca haya convivido con aquél que ya no dará un respiro más, conocer sus historias demuestran que la empatía puede ser una maldición en lugar de un don.
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Despedida
La ilusión de una última despedida ha hecho que el cadáver luzca presentable con los químicos correctos para evitar el tono azulado y comenzar a darle vida al muerto. No pasarán muchas horas para que se transforme sólo en cenizas. Aquel sujeto finado se confronta por última vez consigo mismo y con su respectiva vida.
Al fotógrafo no le da miedo la idea de la muerte. No cree en Dios y eso hace su visión más realista, puede dormir sabiendo que la vida se acaba y simplemente debe ser así. Ha aprendido a disfrutar cada instante para que cuando llegue la hora, un accidente o la muerte prematura no sean excusa para arrepentirse en los últimos respiros.
A veces, hombres y mujeres afligidos le escriben. Una de ellas fue una mujer que había perdido a su padre, le escribía que después de ver su serie fotográfica, pudo volver a dormir sola
por primera vez
desde
su pérdida. Como ése, existen unos tres correos en su bandeja de entrada. El artista responde a todos porque sabe que le compartieron algo tan personal que no puede ignorarlo.
Su trabajo lo hace comprender lo rápido que la vida se desvanece y después de realizarlo, comenzó a valorar las pequeñas cosas de la vida.
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Conoce más del fotógrafo en su página Patrick Budenz