Hoy es un día de esos en los que el sol se muestra ausente. Se le ve cansado y con pocas ganas de trabajar. Con un brillo tenue que cada vez parece más distante se puede sentir su malestar ante un grupo de nubes que no tardan en incomodarlo. La pelea por apoderarse del cielo comienza.
Por momentos parece que será el sol quien gane un espacio allá arriba. Entre las nubes buscan colarse algunos rayos que con esfuerzo quieren atravesarlas. Las nubes, ahora más oscuras, bloquean el camino entre el sol y nosotros; pequeños seres que debido a la inmensidad de lo que se encuentra en los cielos, buscamos refugio ante la pelea que se avecina.
Las nubes, ya algo enojadas, han bajado a donde normalmente no lo hacen para demostrarnos su furia. Puedo sentir su ira cada vez más cerca, sé que no tardarán en explotar. Al sol ya se le ve cansado; a punto de rendirse y ceder el poder a este grupo de nubes que no se rinden. Ahora es el turno de ellas en ocupar un espacio en los cielos. Se les puede escuchar gritar y mostrar su descontento. Gritos que cual rayos golpean la tierra y que callan todas las voces que hay por acá abajo. Es evidente que son ellas quienes han ganado la pelea. Las veo desde el interior de la casa para sentirme protegida antes de que comiencen a llorar. Ya son muchas las personas que han abandonado las calles y que con paso apresurado se dirigen a algún sitio donde puedan encontrar un techo.
Ahora están más abajo, más cerca de cada uno de nosotros. Resulta más complicado ver a través de ellas. Me asomo por la ventana y veo que las nubes comienzan a llorar. Los cristales se cubren de lágrimas que dejan la marca al deslizarse sobre ellos. Son lágrimas que escurren y dejan el camino de un día triste.
Entre el cristal y las nubes la vista se dificulta, pero entonces basta con pensar que quizá no sea tan malo, que después de todo puede que detrás de tanta neblina se esconda algo bello. Si tan sólo fuera posible dejar de temerle a los caprichos de las nubes, sería más sencillo disfrutar las lágrimas que vienen a lavar lo que ya no sirve y nos estorba.
Bajo este pensamiento el fotógrafo Eduard Gordeev realiza fotografías de distintas ciudades bajo la lluvia. Los días lluviosos son su inspiración y nos hace ver algo que normalmente se nos mostraría como triste como algo bello. Es gracias a sus imágenes que podemos notar la belleza que hay del otro lado del cristal, pues mientras la mayoría busca un lugar para cubrirse de las gotas, el fotógrafo ruso sale a las calles.
Ahora podemos ver los colores que surgen al momento que caen las gotas de lluvia. Gotas que le dan vida y que adornan el panorama. Fotografías que simulan pinturas impresionistas y que el agua cual óleo pinta un lienzo y le da vida. Son lágrimas que nos recuerdan un día nostálgico, pero cuando se le recuerda se lo hace con gran anhelo. Son días que resultan bellos.
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