Voy a vivir hasta la edad de 102 y luego moriré…
como la ciudad de Detroit.
–”Deadpool”
Miradas perdidas, corazones sin dirección. ¿A dónde van las almas adolescentes cuando no hay lugar a dónde ir? ¿Qué sueños crecen dentro de las mentes donde no existe la esperanza, sino sólo desolación? Lo único que tienen son las diversiones que les proporciona el vacío de la vida. Música llega a sus oídos, golpes incoherentes a sus rostros. Se trasladan en pequeñas tablas con ruedas que les proporcionan la única libertad que se pueden costear. El arte le dedica miles de homenajes a esos espíritus sin propósito, sin embargo, no hace nada por ayudarlos,… no es posible. Mirar las fotografías de sus rostros y cuerpos en los espacios decadentes que habitan se asemeja a ver un filme de guerra, sólo se puede extender una mano imaginaria que indique empatía y sentir sus pérdidas en niveles más pequeños.
Pero, ¿cuáles son sus pérdidas?
La respuesta puede encontrarse en la cultura de la que se alimentan esos espíritus: música, cine y literatura. La decadencia juvenil fue explorada con ambicioso ímpetu por el poeta contemporáneo Marshall Mathers, mejor conocido como Eminem. Claro, suena exagerado catalogarlo de esa forma, pero al momento de mirar sus letras es imposible pensar en él sólo como un rapero. Originario de la ciudad de Detroit, expresó la frustración y desesperanza de la juventud en sus primeros álbumes. A diferencia de otros cantantes o escritores de la época, cuando hablaba sobre vidas perdidas y sin sentido no englobó a todo un segmento de adolescentes, se enfocó en los que eran de esa ciudad. Esa zona del estado de Michigan alguna vez fue un enorme centro industrial que prometía convertirse en una de las zonas más importantes de Estados Unidos, pero tuvo un declive económico que lo transformó en un área desolada llena de crimen y pobreza. ¿Lo que queda? Espíritus podridos sin propósito. Miles de jóvenes estancados en un espacio del cual no podrán escapar.
Estas fotografías de Daniel Seiffert no son de la ciudad de Detroit. Las personas que aparecen pertenecen a otro espacio olvidado por el mundo: Lübbenau, un pueblo de la ahora extinta República Democrática Alemana, al este de Berlín. Ese lugar que estuvo bajo dominio socialista después de la Segunda Guerra Mundial está a sólo unos pasos de la estructura que dividió a la nación durante décadas. Pero, mientras en el resto del país la vida continuó desarrollándose de manera próspera (especialmente en occidente), ese espacio parece haberse suspendido en el tiempo de forma permanente dejando atrapados a los hijos y nietos de quienes vivieron la separación y la pérdida de esperanza después de la caída del muro de Berlín.
A diferencia de otros lugares donde la vida aún continúa, los jóvenes de Lübbenau no son vistos como una nueva generación brillante que servirá como el futuro de dicha sociedad. Son percibidos como víctimas y parias. En tanto algunos los ven como producto de los fanáticos socialistas, otros los ven como individuos que no saben que existe un mundo capitalista lleno de consumismo listo para ofrecerles sus mejores fantasías. Su mente está intacta. Se conforman con lo que tienen a su alrededor y no esperan más. Las imágenes de Daniel Seiffert además de demostrar eso, prueban que no es tan trágico como parece. Para algunos sus vidas podrían parecer el mismo infierno, pero quizá sea su paraíso privado.
Lübbenau fue pensado como uno de los centros industriales más grandes de la RDA. Una planta de energía se convirtió en el símbolo de esperanza y prosperidad para sus ciudadanos. Cuando la caída de la Unión Soviética marcó el final del socialismo, ya no había nada más en qué creer. Sucedió lo mismo que en Detroit. Los jóvenes perdieron el sentido de identidad y utilizaron las fábricas y los edificios abandonados como los hogares para sus primeros besos, aventuras y amores; los únicos elementos con un significado ya que no tienen otras motivaciones o sueños. Miran alrededor y no hay más que desolación. Perdieron elementos que nunca les pertenecieron. No tienen más que su alma inocente.
Seiffert hace un fuerte punto al no embellecer su imágenes usando múltiples contrastes, ángulos complejos o composiciones enfocadas a la proporción ni al uso del color. Elimina cualquier pista de hermosura en el mundo y permite que sus sujetos muestren diversos sentimientos con sólo su cuerpo y el espacio vacío en el que viven; deja vivir la juventud y evoca a su sentido de aventura. Las fotografías son ajenas a la idea de fashion o belleza visual que ha llegado a la actualidad, son más cercanas a un catálogo de National Geographic que a una página de Instagram. Es el humano en su básica expresión. Sin deseos, sólo necesidades. Si se trasladan en el pueblo es por su ímpetu de aventurarse, de explorar, encontrar alimentos metafóricos para sus tribus y continuar viviendo sin saber qué habrá el día siguiente.
Si sus figuras paternas no tienen nada qué ofrecerles, lo buscarán. Si no hay algo qué escuchar, usarán sus voces para crear ruidos silenciosos. Son temerosos, pero son normales. Aunque su universo parece estar terminado, continúan viviendo. Lo más cercano a esta serie fotográfica podría ser la cinta “Only Lovers Left Alive” de Jim Jarmusch, situada en la misma ciudad en que nació Marshall Mathers, Detroit. La cinta narra la insignificancia de la decadencia del mundo cuando el amor es lo único que existe. Si la pasión adolescente es lo que mantiene vivos a los jóvenes, su espacio quizá no sea tan trágico.
A pesar de que perdieron la oportunidad de vivir en el mismo universo capitalista que el resto de los jóvenes del planeta, ganaron los sentimientos capturados por Seiffert. Conocen la decadencia, no la niegan y aunque sus deseos se reduzcan a un nivel mínimo e insignificante, son más puros que los de cualquier otra persona.
Si eso es cierto entonces significa que nadie realmente se va “al carajo” en esta vida, sino que todos viven en él. Los adolescentes de las imágenes no son tan lejanos al mundo real. Muchos caminan buscando aventura sin una idea clara de lo que desean, actúan por instinto y se unen a las masas con rostros tristes y cuya existencia carece de sentido. La diferencia es que sus deseos los ciegan ante semejante hecho. Son el resultado de generaciones de logros y fallos que no significan nada. No sólo Detroit y Lübbenau son lugares olvidados, lentamente todo será igual.
Quizá el mundo debería ser devastado para regresar a lo más básico de la humanidad. Todos deseamos ser libres, pero sólo los jóvenes pueden lograrlo. El problema es:
¿Qué sucederá cuando la madurez llegue y las pasiones se acaben?
Lo más probable es que se perderán en el fondo de su ciudad decadente y nadie los recordará.
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Puedes ver más de Daniel Seiffert en su sitio web.