Un gay no tiene por qué ser fino y de amaneramiento femenino; tampoco tiene que estar obsesionado con la ropa de mujer o la forma de su cuerpo. Si hay algo a lo que debe de obedecer un gay —y esto aplica para cualquier persona en el mundo— es al simple hecho de ser y sentirse humano. Todo aquello de que la homosexualidad no es más que un hombre comportándose como mujer es sólo una construcción de la heterosexualidad ortodoxa que se niega a ver más allá de lo binario.
En un intento estúpido y deficiente por identificarse bajo la etiqueta del open mind, no han sido pocos lo heterosexuales que defienden a los jotos sólo si éstos se asumen como tales y dejan de “fingir” ser alguien que no son. ¿Pero quién le dijo al macho que él tenía el poder de elegir quién es y quién sólo finge ser gay? Absolutamente nadie, pero su autoestima y esa especie de seguridad viril que le caracteriza le dicen que esta forma de pensar —correcta o no— es la única que existe. Por fortuna, la misma comunidad niega o resignifica esos estigmas para dar una visión mucho más amplia y correcta acerca de la homosexualidad.
Al igual que el fotógrafo Alan Charlesworth, millones de jóvenes alrededor del mundo en este juego de la heteronormatividad que, incluso en un terreno que no le corresponde, deciden qué y cómo deben ser las cosas. Se saben homosexuales; no obstante, sus gustos no coinciden ni tienen nada que ver con la imagen del hombre afeminado, vestido de rosa y constantemente preocupado por cómo luce su cuerpo frente al espejo; lo cual —pensándolo detenidamente— es profundamente aceptable.
De la misma forma que un heterosexual no siempre se fija en el mismo tipo de mujeres, un gay no tiene por qué estar sujeto a un solo tipo de hombre y fue justo eso lo que llevó a Charlesworth a encontrarse con los “osos”, un grupo de gays que al no sentirse identificados con el gay-standard, prefieren los cuerpos prominentes y llenos de pelo. Toda la estética detrás de estos hombres no indica que no se preocupen por su aspecto, pues de hecho lo hacen, simplemente procuran un cuerpo que, más allá de ejercitarse en un gimnasio, parezca salido de un bosque en donde se corta leña.
Peludos o no, la comunidad de osos tiene lugar para cachorros —osos jóvenes—, nutrias —delgados y peludos—, osos polares —hombres más viejos con pelo blanco— y toda una zoología que nos demuestra que ante cualquier estereotipo, la sexualidad y la naturaleza humana de no conformarse con la monotonía es capaz de romper con cualquier modelo que pretenda acortar el criterio y la diversidad que crece en los corazones de cualquier persona sin importar sus preferencias.
No importa cuántas reglas o cuántos “tipos de gay” pretenda imponer la heterosexualidad; antes de que ésta pueda lanzar cualquier juicio, la comunidad se impone y les recuerda que la homosexualidad no es una sola, sino que se puede expandir hacia muchos otros sitios en donde el ojo conservador no ha mirado por miedo o por obedecer a prejuicios errados y sin sentido.
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