Si no vinimos a la vida para sufrir y a aprender de ello, es como si hubiésemos nacido en vano.
¿No es cierto que después de haber sufrido siempre viene un aprendizaje considerable? El primero de todos los episodios traumáticos al que se enfrenta un ser humano es a su propio nacimiento; ese dolor que la vida debería sanar con el tiempo, en realidad es el inicio de una serie de momentos que hacen de nuestro andar por el mundo un periodo de belleza incomprendida.
Los faquires de oriente o los antiguos guerreros americanos, todos ellos llenaban su cuerpo de cicatrices para glorificar sus hazañas y dignificar sus cuerpos. Sin embargo, nosotros seguimos dándole a estas marcas una carga negativa y sin mucho sentido, tanto que el tenerlas es una cuestión vergonzosa y poco estética, que debe ocultarse a pesar de todo; pero si lo pensamos detenidamente, esconderlas es como si estuviésemos negando una parte muy importante de nosotros mismos; nuestro propio pasado.
Así como nuestros pensamientos, nuestro cuerpo comienza a madurar y a convertirse en un templo que, a pesar de haber sido dañado en varias ocasiones, continúa de pie. Muchos artistas se han declarado grandes defensores de esta postura hacia el cuerpo y todas sus marcas; fotógrafos como Elena Helfrecht realizan un breve recorrido por la corporalidad humana para descifrar todo lo que una simple marca puede decir.
Sólo de esta manera las cicatrices se convierten en algo bello, pasan de ser señales de dolor a diálogos gozosos contenidos en un antiguo libro sagrado. El cuerpo, a través de estas líneas cuenta todas sus historias y se construye por medio de éstas. Así comienza a existir una especie de narrativa que es a su vez una invitación a que el espectador genere historia, partiendo de secciones indefinidas de un cuerpo cuyo rostro irá apareciendo en nuestra imaginación conforme vamos construyéndolo.
La serie Silent Dialogue es, en ese sentido, una conversación que la artista entabla con su público, un lugar donde cada fotografía representa una línea cargada de argumentos tan poderosos que al interlocutor aceptará un discurso sustentado en el dolor que implica sufrimiento. De modo que si a alguien le incomoda ver cicatrices o cualquier otro testimonio violento, es porque no ha aprendido a disfrutar su propia existencia.
En esta serie fotográfica el dolor, el gozo y la pasión por la vida comparten el mismo significado y la misma razón de ser; dejan de parecer tan distantes y nos ponen en contacto con esa parte de nuestra sensibilidad que creímos oculta; aquella que convierte el sufrimiento en aprendizaje de manera tan natural que nos lleva a pensar que ambos conceptos comparten el mismo fin en alguna de sus múltiples directrices.
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Si quieres conocer más acerca del trabajo de Elena Helfrecht, puedes visitar su sitio web.