Ve hacia la sala de tu casa y mira a tu alrededor. ¿Qué ves? Seguramente un paisaje acomodado en un marco de madera, un altar a la virgen o en el más vergonzoso de los casos una fotografía de tu “yo” infante retratado con diferentes muecas. Sí, ese cuadro de “caritas” que tus padres miran con orgullo, aunque lo que tú lo odies, no es otra cosa que el testimonio del tiempo. Ese que de a poco te ha quitado las ganas de vivir y ha convertido tus apretables mejillas en unas oscuras ojeras malvas que amenazan con cubrir tu rostro de hastío y cansancio.
No obstante, a diferencia de la escena que cuelga en la pared de la sala de estar de Frenando Brito, incluso tu multifacética infancia es un alivio del mundo exterior. Lo que el fotógrafo culichi ve al entrar a su hogar es nada menos que una toma capturada por su hermano Luis; una plaza que entre el frío concreto que cubre su superficie, esconde los vestigios de la vida humana encerrados en un marco amarillo al fondo de la habitación.
Ambos fotógrafos de nota roja le han otorgado un nuevo giro a esta vertiente del fotoperiodismo en Culiacán, mismo que se ha posicionado en nuestro país como una de las disciplinas más socorridas por los diarios; lo cual no es para menos si consideramos la ola de violencia que nos azota desde hace ya varias décadas. No hay que ser un genio para saber que el Norte dejó de ser la región más violenta de nuestro país, ahora forma parte de una mega violencia que se respira en las calles con un sentimiento de inseguridad siempre presente en el pecho de la gente.
«Mi hermano es un gran fotógrafo. Sus fotos son fácilmente identificables; cuando veo una foto que está chingona en el periódico rápidamente sé que es de mi hermano. Tiene un sello muy particular; es muy trabajador, es muy fino, muy limpio. Él sí es fotógrafo, él sí iba a ser fotógrafo… yo no [risas]».
— Fernando Brito para el documental “Brito” de Eduardo Esparza
Pero ¿entonces por qué es preciso reparar en fotógrafos como Fernando y Luis Brito? Sencillo, sus fotografías gritan delincuencia, corporalidad e incluso una humanidad que a pesar de la muerte sigue vigente en los cuerpos abandonados en ríos, plazas, terrenos baldíos o a píe de carretera. Cualquiera podría decir que el elemento principal de estas tomas no es otro más que el el morbo mismo; no obstante, basta con darle una mirada a cada imagen para darnos cuenta que más allá de unas instantáneas impresas en las páginas de un diario, estas fotografías son el fruto de un trabajo de edición de luces, sombras y colores dignos, ahora sí, de estar colgadas desde un museo o la sala de estar de un personaje tan peculiar como Fernando.
«Uno puede tener sus fotografías hardcore, pero eso no es lo que yo quiero mostrar, eso no es lo que quiero que vea la familia del asesinado».
— Fernando Brito en entrevista para Testigos Presenciales
A pesar del perturbador atractivo que estos hermanos impregnan en sus fotografías, cada toma no deja de ser una fuerte denuncia hacia el sangriento escenario de un México que se parece más a una película de western tarantinesco. Es por ello que en función de esta protesta, tanto Luis como Fernando escogen cuidadosamente los encuadres y escenas que posteriormente aparecerán impresas ya sea en periódicos o papel fotosensible. Incluso dentro de los márgenes de la nota roja, el morbo debe pasar a segundo plano cuando se abordan temas tan delicados.
«Las fotos icónicas de gente llorando no son necesarias en este escenario de la guerra contra el narco porque yo lo veo como un premio para el agresor, mostrar a la familia es lo más irresponsable».
— Fernando Brito en entrevista para Testigos Presenciales
Es así como Fernando y Luis Brito le entregan a estos cuerpos sin vida una humanidad que de repente puede verse reducida a nada, esto cuanto la muerte azota a cada una de las personas retratada en las fotos. Un cuerpo pasa, se descompone y deja de moverse, sin embargo, lo que pasa con su esencia es algo completamente diferente, ésta permanece en recuerdos, nombres y fotografías, finalmente lo que muere no es el hombre, sino un cuerpo que no pudo con el impacto violento de una realidad sangrienta que nos persigue hasta el cansancio.