Desde que somos pequeños nos invade la idea de que el primer amor que conocemos es nuestra madre. No obstante, además de ser un poco perturbador, también estamos dejando de lado a quien deberíamos amar sobre todas las cosas: nosotros mismos. De acuerdo con los estudios de Jacques Lacan, la primera vez que un niño se para frente a un espejo conoce el único cuerpo que lo mismo le proporcionará dolor o placer. Antes de ese momento, una persona sólo reconoce lo que sus manos le han permitido tocar en sí misma.
Más adelante, también será el espejo el que le permitirá descubrir en sí mismo una inquietante sensualidad que le llevará a convencerse de que a través de su propio cuerpo viaja un placer tan privado que cualquier intento de compartirlo con los demás —al menos en un nivel tan personal— será inútil. Cada detalle es captado por el ojo y conduce a los hombres a convencerse de que si en este mundo existe algo que merezca ser amado eso es su propio cuerpo.
De la mano de los espejos, los obturadores de las cámaras también cumplen esa función de auto-reconocimiento; aunque éstos incluyen algo mucho más fantástico que el simple acto de darle al cuerpo un vistazo al momento. Gracias a las fotografías, cualquier persona puede ver la evolución de su cuerpo emocionarse e incluso inspirarse al percatarse de cómo han cambiado y se han convertido en atractivas figuras para sí mismos.
Los hombres de estas fotografías compiladas en la página VFiles son el rostro perfecto de esa sensualidad que alguien descubre al pararse frente a un espejo o una cámara. No se trata de excitarse por el simple hecho de verse a sí mismo frente a un espejo; sino por una especie de inspiración que nace a partir del tiempo y los cambios de un cuerpo que, escapándose estándares establecidos por la sociedad, ha logrado encontrar ese punto en el que se percibe a sí mismo como perfecto.
De cada imagen emana el amor y la admiración hacia un cuerpo que a pesar de lucir como una figura brusca, encuentra en sí mismo una especie de ternura que nace a partir del autoconocimiento y la sensación constante de que el cuerpo avanza en cuanto a sensualidad y en la apariencia que quiere mostrarle al mundo sin importar lo que éste piense. Al final del día cada quién es dueño de su propia imagen y la cambia o mantiene según su conveniencia.
Amarce, excitarse e inspirarse con su propia imagen no es sino un ejercicio de reconocimiento que algunos hombres realizan para entender todos y cada uno de los rincones que le componen, no como un hombre tosco e idealizadamente masculino, sino como ese niño que sigue descubriéndose todos los días para aprender a amarse de una forma diferente.