¿Qué es la sensualidad femenina sino una convención social de la que no somos parte? Hombres y mujeres nos creemos con el poder de calificar y descalificar a miles con el único pretexto de decir que sus atributos físicos no llenan el patrón. Más nalgas, busto, cadera. Menos vellos, nariz, panza. Cómo comenzar a ver la realidad, a entender lo que ocurre con nosotros como seres humanos y dejar de lado los estereotipos que al menos en la época contemporánea nos molestan tanto.
La absurda calificación de nuestro cuerpo no hace más que hacernos sentir vacíos. Un poco estúpidos ante la complejidad de demostrarle al otro que aunque somos diferentes, algo más que sólo sangre y músculos sucede en nuestro interior. Un sentido de no pertenencia y no otredad. El no reconocimiento del que está a nuestro lado y la idea de nunca poder alcanzar el patrón de belleza que nos han impuesto.
¿Acaso nuestra vagina debe oler a rosas y nuestro sabor debe ser similar al del brillo intergaláctico? Introducimos cientos de productos a nuestra intimidad, esa que una vez soñamos con respetar, pero que ahora no nos importa con el único cometido de estar completas, de demostrarle al otro lo hermosas que somos.
Sin querer, nos hemos puesto decenas de máscaras encima. Lo importante es despertar con el rostro maquillado y fresco, como si el descanso hubiera sido suficiente para amanecer hermosas, sin baba en las mejillas, la silueta de la almohada en la frente y el olor a cama tan característico de los buenos sueños.
Adornamos nuestro cuerpo con cientos de artilugios y escogemos la ropa que nos haga parecer más hermosas ante diferentes circunstancias. Las tangas para una noche de pasión y una blusa casi transparente que muestre los atributos necesarios.
Ante el otro nos disfrazamos, pero cuando no podemos vivir con nuestra sensualidad, nos topamos contra la nada, contra ese muro que no nos deja seguir, que nos prohibe identificarnos con el resto y encontrar lo que realmente somos. Ahora simplemente estamos ahí, paradas, esperando a que el mundo gire y las cosas sucedan. Somos una lámpara, una cortina… la nada.
Vivimos para complacer al otro y mostrarle que somos tan salvajes como ellos, tan originales como imaginan, tan arriesgados como para hacer las travesías más valerosas, pero tenemos miedo de demostrar nuestro lado más sensible… la lágrima de coraje, nuestra ternura innata al estar con la persona que más amamos, el llanto incontenible que sale de lo más profundo del alma cuando algo nos rompe en dos.
Pero ¿por qué ocultarnos tras lo que todos los demás aparentan ser? tras esa imagen de cuento de hadas, la historia de amor que quisimos vivir, los ojos cerrados que preferimos no abrir en ningún momento y por supuesto, nuestra conciencia que retumba como el zumbido de una abeja que buscamos callar a como dé lugar.
El espejo se ha convertido en nuestro peor enemigo porque nos descalifica, hunde la imagen que hemos creado, nos recuerda que a pesar de que todos piensen que somos algo que no, nosotros no creemos al cien por ciento esa mentira, porque ese espejo es el juez más violento, más sincero y el peor enemigo que nadie quisiera tener.
Si tan sólo nos quisiéramos tal y como somos. Si aceptáramos que las opiniones ajenas no importan y que la única voz que debemos escuchar es la nuestra… la tarea más difícil de nuestra vida, el deber imposible que anhelamos alcanzar pero que nuestra autoestima prohibe lograr.
Estas fotos de Kimber Beck, demuestran un poco del mundo femenino y las complicaciones que a diario nos recuerdan nuestra condición e inseguridades. Reside en Filadelfia y sus fotografías son un tesoro de Tumblr e Instagram.
El fotógrafo taiwanés Yung Cheng Lin también se encarga de retratar la condición femenina y todos los procesos que tienen lugar en el cuerpo de la mujer, porque como lo podemos ver en sus imágenes, el mundo femenino es dolor, menstruación y delicadeza.
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