La pobreza no puede ser nombrada así, sin más; como si se pudiese analizar a solas, genéricamente y cual fenómeno aislado sin causas ni efectos múltiples.
Enfocados en los grandes números de la macroeconomía y las finanzas, hemos concebido a la pobreza y al pobre como escenario y personaje, respectivamente, de una catástrofe exclusivamente económica; como una situación y un sujeto que hemos migrado del statement: “a todos nos podría pasar”, a la sentencia juiciosa: “que esos se esfuercen más para salir adelante”.
Así, hemos situado la mirada sólo en el establecimiento y abordaje de los ejes de nivel de vida ($), cuando en realidad tendríamos que poner las manos y los ímpetus en el reconocimiento de lo que necesita el humano; para entonces no catalogar al pobre, sino para entenderle y auxiliarle. Es decir, no estudiar los ingresos económicos y establecer por debajo de su media lo que entendemos por pobreza, sino entender el desarrollo humano y trabajar el cómo sus capacidades y necesidades han llegado hasta allí.
La pobreza en México –como en muchos otros lugares– ha tenido entonces una historia en la cual sólo se le ha permitido tener un rostro, cuando en realidad ésta va más allá de los ingresos económicos que pueda desarrollar un hombre o una mujer. Es incluso más extenso que tenerlos o no. Ser pobres significa no llegar a fin de quincena porque tuviste que comprar un medicamento urgente o cursar un semestre de la universidad leyendo en fotocopias y no en libros completos. Es no tener salida clara o un futuro prometedor ante un presente que nos desmorona a cada instante. Es perder el rumbo en dicho contexto y que el resto baje los ojos, porque ser pobre es “normal” y lo “único que podemos hacer” es alinearnos a ello y sobrevivir. Justo como lo hace el resto.
Silenciada, borrada, difuminada, sin rostros en específico, sin historias previas o futuras, a la pobreza se le considera un paisaje habitual en el que sólo juegan “los perdedores” y que siempre está lejos de “lo que somos”. Vemos una imagen de la pobreza en la CDMX, por ejemplo, y pensamos en su composición como un espacio lejano y antiurbano. Lo mismo sucede con el retrato del indigente; ¿quién es?, ¿qué hace aquí?, ¿acaso no es más que un cáncer que apareció de la nada?
Con la presente selección fotográfica de Marco Polo Guzmán, uno de los más destacados fotoperiodistas en nuestro país, es evidente cómo hemos desaparecido la visibilidad reflexionada de los humanos más vulnerables, cómo los gobiernos no han dado seguimiento a diversos modelos de protección social y cómo los ciudadanos comunes identificamos al pobre en lo alienado.
Es gracias a estas imágenes que identificamos dos grandes problemas en la perceptibilidad que tenemos de la pobreza: 1) o no la incluimos en nuestra experiencia de ciudad y le vemos como un suceso nada cercano a nosotros, o 2) le entendemos escuetamente en sentido económico.
Siguiendo a Julio Boltvinik, académico y político mexicano, podemos advertir que lo que hacen prácticamente todos los estudiosos de la pobreza –como se pone de manifiesto en la medición de la pobreza por ingresos– es recortar todos los requerimientos de la vida que no están relacionados con los ingresos. Un camino directo y obvio que, de acuerdo con la opinión del investigador, impide acceder a una concepción fundamentada de lo que entendemos como nivel de vida y separa a los pobres de los no pobres.
«La pobreza económica entendida como las carencias y sufrimientos humanos que se derivan de las limitaciones de recursos económicos –dice Boltvinik– supone una visión parcial del ser humano».
En un ejercicio sobre lo que se ve, se ha dejado de ver y lo que debería verse, las fotografías de Guzmán hacen ese llamado, esa puntuación sobre lo que hemos dado por hecho y los prejuicios que hemos depositado en la pobreza / los pobres. Las imágenes que este fotógrafo provee orillan a un cuestionamiento más estricto sobre el entendimiento que tenemos acerca de su situación y preguntas más específicas. ¿El dinero cambiaría lo que viven? ¿El sistema político y social con el que contamos satisfaría aquello que les hace falta? ¿Sólo es una cuestión económica lo que atraviesa su condición?
Dice Botvinik: «Estamos acostumbrados a pensar en las necesidades en términos de satisfacción. Pensamos en ellas en términos estáticos, como si una persona tuviese siempre las mismas necesidades, como si no se desarrollasen a lo largo de la vida, como si el bebé recién nacido tuviese las mismas necesidades que la persona adulta». Y entonces nos percatamos: el concepto y la definición del pobre en tanto actor diverso de la múltiple pobreza es erróneo. Un hombre o una mujer en estas circunstancias no es pobre sólo por falta de educación, trabajo o aspiraciones, así como tampoco debemos darlos por hecho y parte del panorama simplemente por estos prejuicios alienantes. Están allí porque sólo hemos sido capaces de reconocer la pobreza en términos ramplonamente financieros y no hemos actuado en pos del bienestar y el cumplimiento de capacidades humanas, prefiriendo olvidarles en un mar de personas “útiles” e “inútiles” para nuestra sociedad.
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Todas las fotografías pertenecen a Guzmán y puedes verlas en Cuarto Oscuro
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