Lejos de Nueva York, Los Ángeles, Chicago y las zonas urbanas que suelen venir a la mente cuando se idealiza a los Estados Unidos, la condición cosmopolita se desvanece después de un par de horas de recorrer en freeway hacia el curso del Misisipi. Es ahí donde aparece la América más profunda, una cara inédita de la nación que carga por voluntad propia el privilegio de llamarse la tierra de oportunidades por antonomasia, aquella donde todo es posible con un poco de esfuerzo; bastión y cuna del liberalismo, la misma que a través del coraje de los Padres fundadores alcanzó la libertad y democracia.
Es en esta América donde se concentran los más de 40 millones de pobres que viven en el país que produce más riqueza de todo el mundo. En estas localidades perdidas en algún punto entre el Pacífico y el Atlántico, la brújula nunca apunta al Norte.
En su lugar, carga con el legado del Sur, el de las plantaciones de tabaco y algodón, el que luchó hasta el último minuto por mantener la esclavitud, aunque el mismo Jefferson (con todo y los 600 esclavos negros que le servían en Monticelli) haya decretado la igualdad de todos los hombres en el Acta de Independencia cuatro siglos atrás.
A principios de la década (2011), el fotógrafo danés Joakim Eskildsen viajó por los estados de Nueva York, California, Louisiana, Dakota del Sur y Georgia en busca de las localidades con la tasa más alta de pobreza en los Estados Unidos. Lo que encontró después de siete meses cambió radicalmente la visión que tenía sobre la cultura americana.
En estos lugares, ninguno de los hijos de una familia puede ir a la Universidad por el elevado precio de la educación. Son las localidades que dan forma a la estadística que afirma que más de la mitad de los hogares estadounidenses tienen un arma de fuego en casa. Sitios que a pesar de estar alejados de la metrópoli reciben plenamente la influencia de los medios de comunicación. El fotógrafo notó que “la mayoría de la gente se siente fracasada porque no pueden encarnar los ideales que les presenta la TV”.
Sin embargo, también percibió la reproducción de un discurso sostenido por la mayoría de individuos por encima de todas las vicisitudes, que flota en el aire y se mantiene estoico como una verdad inalienable: el sueño americano.
Las lecciones de Historia de la educación básica surten efecto. Desde su óptica, no hay país más grande que América y esta grandeza reside en los valores familiares, conservadores y protestantes que se mantienen con fiereza en el seno de la bandera tachonada de estrellas. Son rostros de personas que a pesar de que nunca lo han vivido, creen con vehemencia en el sueño americano y consideran que ir a la guerra es un acto tan vital como heroico, propio de su nación.
La mayoría no tiene dudas sobre el estado actual de las cosas. No existe crítica hacia la política armamentista de su gobierno, ni a la posesión de armas de fuego, pues los cánones sobre los que descansa la máxima de la Segunda Enmienda y la seguridad nacional se renuevan en todas las esferas, desde la televisión hasta un fin de semana de caza. Tampoco se cuestionan sobre migración, la brutalidad policial contra los afroamericanos o cómo son otros horizontes más allá de su condado.
No obstante, algunas personas más se notan escépticas sobre esta situación, especialmente los más desposeídos, quienes viven de vales y cupones, no tienen más opción alimenticia que la comida rápida y parecen destinados a subsistir al margen de una ilusión que creen palpar, pero no logra concretarse por más esfuerzo que hagan.
“El mito del sueño americano es muy fuerte en los Estados Unidos y parece que la gente está desilusionada con el hecho de que es muy difícil de cumplir hoy. Los estadounidenses afirman que no hay más sueño americano. Esto –dicen– es la realidad americana”.
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Conoce más sobre el trabajo de Joakim Eskildsen y la serie American Realities en su sitio oficial.
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