En las primeras páginas del prefacio para su libro ” Historia de una pasión argentina”, el escritor Eduardo Mallea compara su tierra con el cuerpo de una mujer capaz de dar a luz a todo un pueblo, gente aguerrida y consciente de que sólo a través de su patriotismo podrá apreciar y explotar correctamente las bondades que ofrece el suelo en el que está cimentado su amado país.
Pero incluso antes de poder realizar el símil entre una madre y la tierra, Mallea tuvo que relacionar la geografía argentina con el cuerpo de una mujer, resaltando las partes que comúnmente se asocian con la fertilidad y al mismo tiempo, con la sensualidad; de esta manera, el escritor recae en el lugar común de aquellos artistas que, para poder lograr cierto impacto en sus espectadores, recurren a la figura femenina como un elemento estético importante en su obra.
Vicente Huidobro, siguiendo la línea de su poema creacionista “Altazor”, combina, en el Canto II del texto, el amor hacia la mujer con la imagen de que el universo puede nacer desde diferentes puntos de vista. De esta manera, con seguridad podríamos pensar que la figura femenina en el arte ha sido abordada desde todos lo puntos imaginables y aunque, evidentemente, aparecerán más maneras de abordarlo, es necesario pensar en su contraparte: la figura masculina.
Pensar que la última gran obra que resaltó la sensualidad y el potencial estético del cuerpo masculino fue el David de Miguel Ángel es algo desalentador; incluso se presta a pensar que los artistas se han quedado en una zona de confort en la que, al no ser tan agresivo como el del hombre, el cuerpo de las mujeres es la única forma de transmitir la delicadeza del mundo.
Ante este estancamiento, artistas como el fotógrafo Esthaem, cuyo trabajo puedes apreciar en su sitio web, se han preocupado por explorar los rincones del cuerpo masculino; esforzándose sobre todo en eliminar el estigma de que sus genitales son como armas con las que el individuo puede atacar a la menor provocación; contrario a esa idea, a través de sus tomas, intenta dotar al hombre de esa fragilidad que se le había arrebatado desde hace siglos.
Gracias a esta postura, las imágenes que conforman sus series “Somos” de 2015 y “A Form of Madness” de 2016, se presentan ante nuestros ojos como dos proyecto que desafían la imagen que el mundo tiene acerca del cuerpo masculino. Si bien en sus fotografías aparecen penes, al igual que Egon Schiele, Esthaem los utiliza como pretexto para despojar al hombre de su calidad de cuerpo y presentarlo como una figura que puede ser explotada desde diferentes maneras sin prestar atención a la carga simbólica que ha acumulado a través del tiempo.
Tomando esta idea como punto de partida, las figuras en sus fotografías tienen la posibilidad de adquirir cualquier forma, al ser interpretadas como elementos de la naturaleza capaces de transmitir vida y reflejar al mismo tiempo lo cerca que todos estamos de la muerte.
Sólo entendiendo esto, se puede pensar en las imágenes de este fotógrafo austriaco como retratos de una sexualidad transgresora capaz degenerar vida, no biológica sino estéticamente hablando, de una forma tan delicada que, por cuestiones que vienen desde el auge de la antigua cultura griega, sólo había sido atribuida a las mujeres respondiendo al papel biológico que desempeñan en el proceso reproductivo.
Finalmente, al alejarse de todas las etiquetas sociales que han invadido a la figura masculina durante siglos y enfocando su lente hacia un lado más orgánico, Esthaem ha logrado crear un nuevo discurso en torno a la sensibilidad y el cuerpo del hombre, posicionándolo en el mismo lugar que Mallea o Huidobro colocaron al de la mujer; es decir, que le otorga esa misma cualidad creadora y llena de fertilidad, evidentemente, sin dejar de lado la sensualidad y majestuosidad de un cuerpo que, contra todo prejuicio, se ha mostrado tal y como es.
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