Tensión social, austeridad y protesta son las constantes sensaciones que se viven en Túnez desde que tuvo lugar la revolución en 2010. Podría pensarse que después de semejante paso por parte la población de aquel país, los problemas sociales disminuirían. Desafortunadamente, con cerca de 800 personas detenidas y un muerto, la avenida Habib Burguiba se puede ver más vulnerable que nunca, porque los reclamos van más allá de las injusticias sociales, son también, en parte por la revolución y los daño que ésta dejó en las familias y la sociedad.
Muchos de ellos han creado colectivos que reclaman la vida de los caídos por la violencia, pero también de todos aquellos que exigen algo más que sus muertos; esperan que la revolución haya servido y pronto puedan tener un empleo, un sustento mucho más sólido y que las condiciones de vida mejoren. Ellos esperan dejar ese ataúd enorme en que se ha convertido su país y que, a su vez, se conserve bajo los ideales por los que derrocaron a un régimen autoritario.
Si bien han ganado libertades civiles, éstas no son suficientes recompensas. Se han cansado de ser un país en el que la miseria reine y sea una de esas situaciones que todo el mundo asegura va a resolver, pero se quedan a la mitad del problema. Han pasado 10 años y nadie parece entender qué fue lo que realmente hizo la revolución. No obstante, ante la adversidad, aún hay rostros que emanan esperanza y en los que prevalece el amor y las creencias. La mayoría son niños que juegan en la calles pensando que la vida es muy corta como para salir a reclamar por las calles, lo más importante es jugar un rato con los amigos, dormir en casa con la familia y tener algo para comer.
Al final, ellos son la esperanza de Túnez y no es casualidad que sean los pequeños quienes sonrían ante la adversidad. Basta con un balón de futbol, unos cuantos amigos y la esperanza de una vida mejor. No obstante, ante la evidente tristeza y decadencia de todo un país, no queda más que la esperanza de que todo mejorará o de lo contrario la guerra no se habría realizado; es una especie de designio, de causa y efecto. Skander Khlif ha seguido de cerca este fenómeno con su cámara frente a él, por ello, es el encargado de mostrar la cara sonriente de los pequeños, de adultos y de todo aquel que se muestre optimista ante la vida.
Para Khlif, se necesita un espacio en el cual los niños y jóvenes puedan ser ellos mismos, que tengan un lugar para desarrollar sus habilidades y logren encontrar su talento. Es momento de la juventud. Pero más que eso, se trata de conservar aquellas sonrisas en el rostro, que no se apaguen por la pobreza ni por nadie ni nada. Aún con ello en mente y las protestas en estado latente, su gente, los tunecinos, han buscado tener momentos incomparables y con todo y su desgracia, no se permiten decaer. En la periferia de la capital, los disturbios nocturnos has sido una constante, pero son también una verdadera forma de externar lo que más temen: el olvido.
Por ello, cada vez que el fotógrafo caminaba por ahí y veía un chico saludar o soltar una carcajada, giraba inmediatamente a capturar el momento. Las mujeres posaban, los hombres se postraban ante la cámara y los niños la señalaban contagiando su alegría (quizá momentánea) a Khlif, quien en un disparo al obturador, roba parte de la esencia de la vida en Túnez. Con tonos azules que representan la estabilidad, esperanza y fe, el fotógrafo enmarca bellas postales que nos hacen creer en el futuro del país, mismo que aunque tiene tropiezos y algunas fallas, no deja de alentar al resto del mundo.
Si quieres conocer el trabajo de Skander Khlif, consulta su página web.
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La desolación y la pobreza no tiene fronteras, en Brasil se vive de manera similar, al igual que en las calles del Caribe en donde reina la desolación y la decadencia.