11 fotografías sobre la discriminación que viven las mujeres transgénero en Indonesia

No soy transgénero por simple elección,

este es mi destino.

—Shinta Ratri

Seguimos matando, ofendiendo y ridiculizando a las mujeres trans. Más grave que eso –incluso– aniquilamos sus oportunidades de amar, desarrollarse como seres humanos y tener un sistema de creencias en este mundo. Porque en la lucha por la diversidad, por el cumplimiento absoluto de lo que nos hace ser nosotros mismos se puede perder la vida o sufrir más de un golpe en el cuerpo, pero jamás la convicción de sentir y de tener fe; de ser lo que estamos destinados a ser. Y todos somos –en poca o buena medida– cómplices de que se coarten esos horizontes para la comunidad LGTB+. Especialmente para quienes han decidido cambiar su género o sexo.

Y no se necesita demasiado para accionar el cambio. Para ser parte de quienes no se cruzan de brazos ni se quedan en el lamento verbal. Caso ejemplar es el que sucede al centro de la Isla de Java, un territorio en el cual se encuentra la ciudad universitaria de Yogyakarta; sitio de intensa actividad cultural alternativa y que en muchos aspectos se inspira en los modelos occidentales de inclusión, educación y entretenimiento.


Allí vive Shinta Ratri, mujer transgénero de 54 años y líder de la única escuela coránica en el mundo por y para la diversidad. La Pondok Pesantren Waria al Fatah es un espacio que procura el respeto, la seguridad y la oportunidad de continuar con la libertad de culto para aquellas personas que han sido relegadas de la sociedad.


El edificio está prácticamente escondido entre las callejuelas de un distrito remoto de la ciudad. Ratri fundó este centro en su antigua casa con el fin de tener un punto de reunión para las waria, palabra que refiere a la mujer-hombre en indonesio. Un sector que ha perseguido por años su reconocimiento formal como género –así como sucede en Juchitán– y como ciudadanía con derechos.


Siguiendo el trabajo fotoperiodístico de Riccardo Pareggiani, podemos observar los esfuerzos de Ratri para abatir los preceptos religiosos que dividen a hombres y mujeres en las mezquitas –y dejan a las warias sin lugar específico–, los actos intimidatorios o armados en su contra, y las discriminaciones sin motivo que viven en los sectores más conservadores del país.


En las fotografías de Pareggiani se hace evidente cómo es el culto del Corán y la búsqueda por la espiritualidad lo que une a la gente, no los recintos ni los guías; aunque Ratri funja un papel de tutora y soporte en la vida de quienes visitan a la Pondok, ella no es más que una compañera. Una amiga que, además de brindarles cobijo y entendimiento, les enseña a prevenir infecciones sexuales, les proporciona ayuda económica y asesoría sobre el tratamiento contra la transmisión del VIH.


Si bien la homosexualidad no es ilegal en Indonesia, estas imágenes hacen evidente la urgencia de visibilidad y creación de redes seguras para la comunidad waria ante la creciente persecución por los grupos islamistas dentro del Gobierno nacional. El estigma y la condena por crímenes relacionados con la pornografía, la blasfemia y la sodomía siguen siendo elementos diarios en la Indonesia actual, convirtiendo las labores de Ratri y los registros de Riccardo Pareggiani en urgentes llamados de atención y trabajo. Así como queda marcado en producciones recogidas en Cultura transgénero y belleza queer y las fotografías de Cassandro, el campeón queer que cambió los estereotipos de la lucha libre mexicana.

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