Fotografías de vedettes con tatuajes

Fotografías de vedettes con tatuajes

Fotografías de vedettes con tatuajes

No existe algo más bello en el mundo que el cuerpo de una mujer; y si ese cuerpo tiene ciertas marcas que lo distingan, la belleza se acrecienta, pues se hace único; y si esas marcas son tatuajes, la belleza se glorifica hasta hacerse celestial. No importa el motivo, ni la forma ni el tamaño del tatuaje: una mujer decidida a dar el paso de marcar de manera permanente su cuerpo es una estrella en el firmamento que brilla de manera especial.

En el presente, el tatuaje femenino está bien representado por figuras públicas que se han hecho famosas no sólo por su talento o belleza, sino por las marcas que llevan en su cuerpo: la actriz Megan Fox es bien conocida por sus varios tatuajes, pero es en particular su retrato de Marilyn Monroe en el antebrazo derecho el que más recuerdan sus seguidores; la tatuadora Kat von D es bien identificada por sus múltiples retratos en blanco y negro esparcidos por su figura; quizá las chicas tatuadas más famosas de los tiempos actuales sean las Suicide Girls, una página web con temática alternativa donde se publican sesiones fotográficas o videos de chicas rockeras, punks o góticas que se distinguen por sus tatuajes en piernas, brazos, abdomen o rostros.

Sin embargo, antes que ellas la tradición de las mujeres de decorar sus cuerpos de manera radical por medio del tatuaje viene de un largo pasado y también tiene destacados ejemplos. En la década de 1930 fue popular en el mundo de la tinta Pam Nash, una de las mujeres más fotografiadas por el Bristol Tattoo Club, cuyo paisaje japonés con el que decoró su espalda es uno de los diseños más famosos en la historia, obra del tatuador Les Skuse. Nash fue una de las primeras mujeres en probar con los diseños de gran tamaño y en decorar prácticamente cada parte de su cuerpo. Otra mujer que se volvió célebre por su cuerpo decorado fue la modelo y actriz australiana Cindy Ray, cuyos diseños de serpientes, flores y mujeres desnudas le dieron la vuelta al mundo.


El tatuaje fue uno de los primeros signos de la liberación femenina allá por las décadas de 1930 y 1940; una férrea muestra de la decisión de tomar el control sobre su cuerpo y lo que podían hacer con él. Era literalmente una transformación que también fue impulsada por la proliferación de estudios de tatuaje que abrían sus puertas a mujeres valientes y sin prejuicios que deseaban crear una muestra de identidad sobre sí mismas. Estos estudios eran propiedad de artistas que hoy siguen siendo recordados por la historia como el ya mencionado Les Skuse, cuyos hijos continúan con la tradición de tatuar en el estudio que su padre fundó en 1928, George Burchett y Charlie Wagner.


Gracias a ellos muchas mujeres pudieron iniciar la erótica práctica del tatuaje sobre su propia piel, el más hermoso de los lienzos. Sin embargo, según los historiadores, el acontecimiento que movió a que muchas mujeres decidieran decorar sus cuerpos fueron los viajeros ingleses que arribaban a los puertos británicos tras largos viajes por las lejanas islas polinesias. Los marineros de la era victoriana traían historias sobre las exóticas mujeres de las culturas maoríes, cuyos cuerpos estaban prácticamente decorados con extrañas marcas que las hacían únicas. Las mujeres británicas comenzaron a inspirarse en ellas para hacer lo mismo en sus cuerpos. Dice la leyenda que la misma reina Victoria llevaba un tatuaje en su cuerpo: se trataba de un tigre luchando contra una pitón.


En aquellos años, el tatuaje era visto como algo radical, señal que identificaba a los marineros, ladrones, estafadores y personas de la clase más baja. Las mujeres que decidieron tatuarse y mostrarlos sin vergüenza dieron un paso valiente para enfrentar esos estúpidos pensamientos de una sociedad moralista que incluso las veía como fenómenos (muchas chicas que llevaban el cuerpo tatuado enteramente fueron exhibidas en circos como atracciones, como si la tinta sobre ellas las convirtiera en una especie de monstruos).


Hoy la única monstruosidad es no seguir los deseos que demanda la mente, el alma y el cuerpo. El tatuaje no sólo es liberador, sino que es una expresión que se vuelve necesaria para darle un significado a lo que hay en el interior de cada persona. Desde aquellos años en los que los estudios comenzaban a verse invadidos por mujeres revolucionarias y valientes que querían tomar control de su cuerpo, hasta ahora que el tatuaje es algo abierto a todo tipo de tendencias y clases sociales, este arte se erige como una de las prácticas más comunes para darle salida al alma en forma de tinta. Duele, pero la satisfacción de despertar con él está más allá de todo sufrimiento.




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