«¡CHINGA TU MADRE!».
Hasta ahora son pocas las cosas que puedan lastimar más el espíritu de un mexicano que estas tres palabras juntas. El mundo podría burlarse de nuestro pasado, escupir sobre la bandera; nuestros líderes podrían —y de hecho lo hacen— tomarnos el pelo y decirnos que todo va bien, aún cuando a tres cuadras de nuestra casa acaben de asesinar a un niño. Sin embargo, nada de eso derrumba tanto nuestra moral y nos hace hervir la sangre tan rápido como una limpia y contundente mentada de madre.
De acuerdo con autores como Octavio Paz y Carlos Fuentes, sólo hay dos puntos débiles en la mexicanidad: la madre y la Virgen. Ambas figuras que, a pesar de que han sido golpeadas e insultadas hasta el cansancio, siguen fortaleciéndose como símbolos de nuestra identidad; éstas son la misma persona en dos imágenes diferentes. Según la tradición, no hace falta un gran esfuerzo para obtener el amor de cualquiera de las dos, basta apenas con nacer para que justo a un lado de “mexicano”, en el acta de nacimiento aparezca el complemento “guadalupano”.
A la Virgen de Guadalupe se le ha otorgado tanta relevancia que no importa cuánto tratemos de desmitificar sus apariciones o juzgar a sus adeptos; justo cuando aparezca una nueva idea para atacarle, un grupo de fieles guadalupanos va a medio camino de su peregrinación hacia el centro de toda su fe. Cada año se reúnen miles de fieles esperando un milagro relacionado con la salud, dinero o trabajo; cualquier cosa que los haga seguir creyendo en su madrecita será bien recibido.
Creer en la virgen sólo como una figura religiosa es algo que se quedó en la Colonia. El mexicano ve en esta imagen, no a una autoridad divina, sino a un miembro más de sus familia; la abrazan como tal, la llaman madre y le llevan rosas cada que se acuerdan o le quieren demostrar su amor y agradecimiento por abrazarlos en su manto. ¿Qué puede ser tan complicado en esta relación?, se trata de dar y recibir amor en forma de flores, fe y largas peregrinaciones desde distintos puntos del país.
Más allá de un nuevo intento para glorificar o insultar a los guadalupanos, el fotógrafo Yael Martínez ha decidido crear imágenes con sus rostros y notar así las verdaderas expresiones de la devoción. Pagar con cansancio y sacrificio la intervención divina que la Virgen ha emprendido por cada mexicano sin importan edad, sexo o condición social.
Las caras en donde sudor y fe son dos elementos que se funden para expresar amor se intercalan con borrosas caminatas en medio del bosque; la prueba definitiva de que la confianza en una imagen grabada en un ayate hace poco más de 486 años, es ciega y aún así transfiere confianza a quienes la miran incluso por primera vez. Les infunde tanta fuerza como para hacerlos caminar por senderos desconocidos y poner su propia vida en riesgo para ver la piadosa mirada de sus madre; aquella que va a protegerlos y quererlos sin dudarlo.
¿Que por qué estas personas sienten tanto amor a una imagen?. La respuesta es tan simple como mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que nadie les ha ayudado tanto como ella; que dentro de esa marginalidad de donde provienen, la única esperanza palpable es la que les ofrece su imagen. Por eso cada blasfemia y mentada de madre les duele tanto como un golpe en la boca del estómago.
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La serie Mujer estrella y otros trabajos de Yael Martínez se encuentran disponibles en su sitio web.