«Se subió sobre ella y le separó las piernas, mientras pellizcaba suave y profundamente la blanca carne interior de los muslos. Estrechó el pecho derecho en su mano izquierda e introdujo su miembro sosteniendo a la princesa erguida para poder llevar aquella boca hasta la suya y, mientras se abría paso a través de su inocencia, le separó la boca con la lengua y te pellizcó con fuerza el pecho.
Le chupó los labios, le extrajo la vida y la introdujo en él. Cuando el príncipe sintió que su simiente explotaba dentro del otro cuerpo, la joven gritó. Luego sus ojos azules se abrieron.
-¡Bella! -le susurró».
Anne Rice reinterpreta el clásico cuento de “La Bella Durmiente” (originalmente llamado “Talía, Sol y Luna”, publicado y escrito en napolitano en 1635 por Giambattista Basile), en una novela erótica llamada “El rapto de la Bella Durmiente” (1996). El fragmento con el que se abre este artículo pertenece a dicha novela.
Rice nos narra la historia que casi todos conocemos acerca de la pobre princesa que cae en un prolongado sueño de 100 años a causa de una maldición. En su historia, existe un príncipe obsesionado con llegar al castillo donde la joven duerme. Cuando lo consigue, cae presa de su belleza y no tiene reparo alguno en poseerla mientras duerme.
La virginal hermosura de la joven lo hechiza, sus turgentes senos aprisionan sus sentidos y su cuerpo inmaculado lo atrapan sin que pueda escapar. No tiene más remedio que explorar y romper el sello de lo que se oculta debajo de lo puro, lo jamás tocado por la mano del hombre.
Esa fantasía plena de la virginidad, el deseo cada vez más urgente de descubrir lo prohibido, forma parte de la imaginación del artista visual Giacomo Infantino. Su lente descubre la pureza que hay en los cuerpos materiales e inmateriales de la naturaleza femenina. No lo hace como un espía o voyerista con fines malsanos sino como el ojo de un amante que ha caído rendido ante la hermosura sin violar de la mujer de sus sueños.
“Bianco” es una serie de nueve retratos en los que la presencia de lo puro, lo inviolable y el lenguaje de lo sugerente forman un universo de proporciones eróticas absolutas. El cuerpo femenino se presenta de dos maneras: místico y lleno de inocencia, al mismo tiempo que transmite una resolución por descubrir lo que el espectador desee descubrir en él. Es un juego de amantes en el que uno propone y el otro lo acepta o lo rechaza.
Los rostros cubiertos son señal de que las vírgenes tienen un mundo por descubrir en sus propios cuerpos y en el de sus espectadores; es decir, las aprisiona un velo de ignorancia que está a punto de ser corrido para mostrarles las delicias del encuentro sexual. Todo en ellas parece ser una prisión blanca que las ha cegado. Al espectador le corresponde llamarlas, seducirlas y decirles lo que se esconde en la intimidad de ambos.
Giacomo Infantino nos lleva de la mano a un mundo sin palabras donde los secretos ocultan no sólo el misterio del cuerpo, sino la intriga de lo que los amantes ven en el otro. Ese mundo sin color (o dotado de todos los colores) nos dice que algo está por ocurrir… ¿acaso sea que las vírgenes están deseosas de conservar sus mantos sagrados?
Por otro lado, el color rojo que se contrapone al blanco de las imágenes es la representación de una pasión que acecha a las vírgenes. Es el espíritu del sexo que se las comerá vivas para hacerlas estallar en placer una vez que ese manto virginal se derrumbe.
Por otro lado, dando una lectura alternativa al arte fotográfico de este artista italiano, hay una especie de culto a lo femenino en las imágenes virginales de esta serie fotográfica. Sus modelos aparecen rodeadas de un mundo que les pertenece, que dominan, del cual son dueñas absolutas. El ensueño que rodea sus cuerpos parece formar parte de ellas o emanar de su interior para llevar a quien las observa a lo más profundo del santuario privado…
Descubre la sagrada sensualidad femenina hecha ciudad en las fotografías de autoexploración e intérnate en el mundo de la noche y sus misterios a través de la fotógrafa que retrata el realismo mágico llevado al exceso.
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Fuentes
Giacomo Infantino