El sol viene y va, en un recorrido casi infinito. Rutinario. Con cada horizonte tintado en naranja y rojo, mis arrugas se agudizan, las cejas me pesan aún más y entorpecen mi vista. Siento el lento y torpe caminar de mis piernas, arrastrándose entre las hortalizas que florecen quizá sin la certeza de que han de morir. El vacío de mi estómago nace de mi soledad, el eco del crujir de los maderos armoniza mis tardes y acompaña el enfisémico ir y venir de mi respiración. La vida es ahora una tortuosa prolongación de épocas más bellas.
Pero todo cambió el día que te encontré, regodeándote de manera indefensa entre la tierra que caía de las macetas que habías pisoteado. Cuando viste que te espiaba con regocijo me regalaste un ronroneo que a pesar de mis problemas escuché, pero hubo algo en tu mirada que me dijo que eras tú el que me había encontrado a mí.
Te tendí la mano y te acercaste a ella, como si recorrieras un camino que ya conocías. Lo hiciste con elegancia a pesar del polvo que salía que brincaba de tu blanca capa y las delicadas huellas que dejabas en el piso. Te miré de nuevo, y con una poderosa tranquilidad que emanaba de tus bellos ojos de diferente color, me dijiste que estabas ahí para mi: para sellar los silencios incómodos de la madera de la casa con tu ronroneo; para caminar unos pasos adelante de mí mientras recogíamos zanahorias en el jardín; para hacerme creer que yo te acompañaba al patio, aunque en realidad era al revés; para prepararme el agua en un baño; para sentir una tenue respiración al compás de la mía durante la siesta; para festejar mis cumpleaños que rondaban el octavo piso; pero sobretodo para recordarme que aún en esta etapa de la vida, hay belleza, amor y alegría en los pequeños y cotidianos detalles.
Gracias, pequeño felino emanado de la tierra, porque me enseñaste a vivir cuando sólo esperaba la muerte, acompañada del perro negro de la soledad.
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Frente a la soledad de la vida adulta, que conlleva largas horas de contemplación y el constante recordatorio de la finitud de la vida, Misao descubrió una forma de conectarse de vuelta con el mundo. Un día, mientras caminaba por su propiedad, encontró a un pequeño gato con heterocromía; una anomalía de los ojos en que los iris son de diferente color.
A partir de entonces, el gato y Misao compartieron la cotidianidad de la vida, los pequeños placeres de la vida y los duros embates de la existencia. Misao nombró al hermoso gato blanco como Fukumaru, “con la esperanza de que el dios de Fuku, de la buena fortuna, viniera y suavizara todo como lo hizo Maru”. Desde entonces, y como si hubiera sido enviado para guiar la existencia de Misao hacia la belleza del otoño de la vida, ambos comparten juntos la cotidianidad.
Fukumaru acompaña a Misao en sus paseos por el jardín, mientras toman un baño, compartiendo un momento en la mesa, cultivando la pequeña hortaliza, tomando la siesta y festejando un cumpleaños. Esos íntimos momentos fueron inmortalizados por la lente de la fotógrafa japonesa Miyoko Ihara, quien encontró en esta relación mujer-gato, una bella forma de recordar a su abuela.
Las fotografías que revelan una relación que va más allá de la compañía, fue publicada hace unos años en un libro bajo el título Misao the big mama and Fukumaru the cat. En palabras de la artista: “Mi abuela y su gato están siempre juntos, pues aunque ella tiene 88 años de edad, ella sale todos los días al campo y el gato no se aleja de ella”. “Además, es interesante pues mi abuela tiene debilidad auditiva, y el gato también tiene problemas para escuchar, por lo que se entienden en otro nivel. Basta con que se vean a los ojos para comunicarse, como si pudieran sentir el calor de sí mismos a través de la mirada”.
La inspiración de Miyoko, además de encontrar una original forma de recordar a su abuela reside en que “Fukumaru es muy feliz junto a mi abuela. Cada vez que tomaba una foto de los dos, era como fotografiar a mi abuela conmigo misma cuando yo era una pequeña niña”. La primera fotografía de ambos, fue tomada en 2003 cuando su abuela lo encontró en su casa”. La bella pero nostálgica pareja aprovecha cada ocasión del calendario para disfrazarse y divertirse. Por ejemplo, en Navidad, Misao se disfrazada de Papa Noel y Maru de su reno.
En ocasiones los misterios de la vida se encargan de mostrarnos que las coincidencias no existen, y que las personas se encuentran por algo. Te compartimos algunas fotografías más del proyecto fotográfico.
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Referencia: Telegraph
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