Estamos solos aunque la NASA diga lo contrario.
Aunque exista toda una categoría cinematográfica que trata sobre encuentros extraterrestres y algunas bandas de música canten sobre esos seres incomprendidos y melancólicamente solos en el espacio.
Aunque exista toda una biblioteca alienígena que anhele la vida en otra parte del Universo, inaugurada por Immanuel Kant; como escribió el ensayista y ufólogo Juan Pablo Anaya en su libro “Kant y los extraterrestres” (2012): estamos solos en el universo.
Las fotografías del Cosmos –luz que tarda millones de años en llegar a los telescopios de los seres humanos– son la posibilidad materializada de conocer cómo es el pasado en espacios aún inaccesibles a la actual tecnología. Si dispusiéramos de una tecnología capaz de hacer los mismo pero en la Tierra, no serían necesarios los viajes en el tiempo porque cada ser humano se convertiría en el cosmonauta de su propia realidad, navegante de recuerdos y espacios que habitaría en un futuro siempre lejano.
Un astronauta es alguien esencialmente solo. Alguien que mira las estrellas, galaxias, nebulosas y colisiones estelares desde la Tierra, es alguien doblemente solitario. Esa sería la diferencia de poder vivir dentro de una fotografía y ser sólo un observador de esa realidad alterna.
En cualquier caso, el Universo es un espacio que sin misericordia y sin falta se olvidará de todas las personas y todas sus acciones. Del mismo modo pero a un nivel micro, las personas –como la humanidad en referencia al Cosmos– están solas.
No importa que exista una inabarcable tradición de discursos que digan lo contrario, estamos solos.
Aunque hayan personas que se han dedicado a escribir del amor o su posibilidad, y aunque lo hayan tratado de vivir y dejar todo por esa idea, cada persona es más parecida al, para siempre soltero, Immanuel Kant que lo que puedan pensar.
Kant pensaba que existía un vacío que se intentaba sondear a través del pensamiento puro y que era descaradamente solitario. Por otra parte, el filósofo compara el amor con un sueño y a los sueños con “el gran vacío de pensamiento”; es decir, en la Nada misma que devuelve el pensamiento al cielo y más allá de las estrellas: “¿Quién nos puede mostrar el limite donde la probabilidad bien fundada pierde el suelo y la arbitrariedad de la ficción despega?”
La serie fotográfica de Julien Mauve, llamada “Headland Of Dreams” –luz que llega retrasada a su lente que la captura– hace pensar en esa misma soledad inherente del Universo. En su obra son encapsulados seres solitarios, espacios que se llenan con un ruido supuesto, con sombras vagas y partículas de sueños.
Aunque Carl Sagan crea con sinceridad que llegaremos a hacer viajes en esa materialidad de luz pasada, aunque todos los libros sobre encuentros con seres de otro planeta se escriban y todas las películas terminen en finales donde descubrimos que la vida es importante a pesar de su forma y su origen, estamos solos.
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Fuente:
Página oficial de Julien Mauve
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