Juan Rulfo reconocía como su único oficio: vivir. Su personalidad melancólica con sombras de nostalgia se formó cuando aún era un niño y la muerte alcanzó a sus padres. Este halo de soledad cubriría su obra literaria y le permitiría ser, además, un creador de imágenes.
Alguna vez Rulfo escribiría “a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados les da flojera hacer otra cosa”. A él le gustaba leer mucho, le apetecía la historia, la música de la Sinfónica Nacional y la fotografía, pero a diferencia de los voraces y perezosos lectores, él desarrolló una vasta obra fotográfica en comunión con su trabajo literario.
La sensibilidad nata que poseía la volcó en su gusto por las artes, en particular la música clásica y la pintura, pero sería con la fotografía con la que dejaría testimonio de la desolación que cubría sus letras y sería evidencia de lo que no está, no es visible pero posible.
La producción fotográfica de Juan Rulfo sucede entre 1940 y 1958. Se cree, su imaginario visual se alimentó de los trayectos que debía hacer cuando trabajaba para la Goodrich Euzkadi como capataz. De esos kilómetros recorridos registraría la arquitectura, el paisaje y su gente. Aunque sus fotografías las realizó durante los mismos años en que configuraba su producción escrita, ambos trabajos se consideran completamente independientes, aunque no por ello aislados, pues muchas de sus imágenes bien pudieron ser los escenarios de sus textos.
Sus primeras fotos, sin embargo, están fechadas a finales de la década de 1930, mismos años en que vieron la luz sus escritos iniciales. Ambos se publicaron en la revista América. Su primera exposición fotográfica, compuesta por 23 imágenes, se llevó a cabo en Guadalajara (1960). Durantes los 20 años comprendidos entre las décadas de 1950 y 1970, las fotografías de Rulfo seguían teniendo presencia en diversos medios, hasta que en 1980 se llevó a cabo su primera gran exposición en Bellas Artes: 100 fotografías se expusieron en el palacio como parte de Homenaje Nacional, un reconocimiento al escritor y fotógrafo.
La cámara de Rulfo daba cuenta del panorama de un México inquietante, de contrastes y de su historia en blanco y negro. La arquitectura fue un tema de gran importancia en las imágenes de Rulfo, a la que dedicó más de la mitad de su obra fotográfica, además de un número considerable de textos breves; también registró paisajes, grupos indígenas, la vida en los pueblos y cultivó el género del retrato.
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Aunque Juan Rulfo no originó una ruptura en la fotografía que significara un punto de partida hacia otros temas de representación, pues ya era reconocido el trabajo de fotógrafos como Agustín Casasola, Gabriel Figueroa o Manuel Álvarez Bravo quienes tenían, también, en sus imágenes al paisaje y la vida campesina, su aportación fue crear una visión poética que, irremediablemente, guardaba relación con su obra literaria. Configuró un lenguaje fotográfico permeado de sentimiento y de un misticismo obtenido del realismo mágico con el que dio cuenta, desde un ojo poeta, del campo, la raza y las tradiciones. Sus fotografías representaban sus andazas por tierras para muchos desconocidas, y por las que se detenía para capturar el gesto del paisaje, “de la barda, la pared y las personas”. El legado fotográfico de Rulfo comprende un archivo de más de seis mil negativos.
Para Manuel Álvarez Bravo, el trabajo fotográfico de Rulfo es paralelo a su obra literaria con el fin de “reflejar el dramatismo propio del país, pero sin los prejuicios y las convicciones técnicas y estéticas que corresponden al oficio”.
Algunos de los títulos que recogen la obra visual del autor son México: Juan Rulfo fotógrafo (2001); Noticias sobre Juan Rulfo, de Alberto Vital (2004); 100 fotografías de Juan Rulfo, con imágenes seleccionadas por Andrew Dempsey y Daniele De Luigi (2010) y Juan Rulfo: Letras e imágenes (2002).
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