Disponer de tiempo para estar solo se presenta, para muchas personas, como una oportunidad de autoconocimiento; la ocasión ideal para entender los misterios que se ocultan bajo el bullicio y las charlas rutinarias y, si se tiene suerte, entender los propios. Sin embargo, para muchas otras personas, la idea de la soledad se piensa como castigo, una pausa inaguantable en la que los ecos son el principal enemigo y se necesita de otro cuerpo para desbaratar al silencio.
La cura para esto ha sido entregada a quien la pide con la única condición de hacer un pacto: entregar el alma y obtener a cambio el poder de mantenerse en contacto con todo lo que se imagine en todo momento.
A través de la serie: Lonely Window, el fotógrafo parisino Julien Mauve demuestra las secuelas del pacto realizado entre monitores y personas en la era digital.
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El nombre de la serie expone el hecho de que con el incremento de la conectividad entre personas y la disminución del contacto físico, un nuevo tipo de soledad comienza a tomar forma.
La “ventana” de la que emerge la luz blanca se convierte no en un portal que permite observar al mundo, sino en la barrera que impide conocerlo realmente.
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En este tipo de lenguaje moderno los gestos han desaparecido; no importa ya el sonido de la voz o el contacto físico, todo se reduce a palabras y emociones enmarcadas por un teclado y una pantalla.
La serie muestra rostros frente al ordenador, hipnotizados y entregados a sus monitores, fieles al pacto realizado que les permite evitar la soledad y acercarse a las personas lejanas, aunque eso signifique alejar a las cercanas.
Julien logra captar un lado que, hasta ahora, se había pasado por alto: la vista que la pantalla tiene de los usuarios.
Una vez que se conoce qué es lo que se encuentra frente a cada uno, los rostros inexpresivos resultan familiares y todo el cuadro cobra sentido.