Los recuerdos son un capricho de la naturaleza. La biología evolutiva apunta a la necesidad de conciencia como un mecanismo que ayuda a la preservación de la especie humana: sólo a través de la transmisión del cúmulo de conocimientos sobre el entorno, fue posible que el hombre se dispersara con éxito a cada confín de la Tierra. No sólo eso, los recuerdos también mantienen la cohesión en un grupo y posibilitan el sentido de identidad y pertenencia, lo que traducido significa la vida en sociedad. En suma, la sabiduría popular no miente cuando afirma que recordar no sólo es vivir, también es sobrevivir.
A inicios del siglo XX, los humanos encontramos en la fotografía una forma de perpetuar los recuerdos y mantener viva la memoria. Desde entonces, la vista se hizo con el monopolio del recuerdo y así, el terreno tomó una forma insospechada. El tacto, el oído, el olfato y los demás sentidos pasaron a un plano secundario ante la fuerza de un negativo o la imagen revelada sobre el papel. No existía más niebla en la borrosa conciencia, sin embargo, la claridad evidenciaba un panorama incompleto, con memorias obligadas a actuar en un escenario acartonado.
A través de la serie “Half in Two”, Kathryn Harrison invita a un diálogo sensible como trascendente. Se trata de explorar en el fondo de la conciencia, de buscar en el reflejo de la realidad y utilizar la fuerza de las imágenes para dar vida a una historia que poco a poco desaparece y se torna indescifrable.
La fotógrafa estadounidense utilizó como principal inspiración a su hermano, Ray, que sufre de esquizofrenia y ataques epilépticos. Frente a su lente, la vida de Ray aparece atrapada en un espiral sin salida aparente que lo conduce a un laberinto de caos y olvido impulsado por los tratamientos farmacológicos y los estragos que estos causan en su cuerpo. A través de las imágenes, Harrison propone una apropiación del presente y emprende una larga lucha contra el absurdo silencio de la indiferencia, el abandono del ser y los fantasmas que atormentan la mente de su hermano.
Harrison apela a la memoria, al amor que une a dos hermanos y al poder detrás del obturador. Para ella, una fotografía no es simplemente una imagen, sino una herramienta que remite con fuerza al pasado, a la identidad personal y familiar en medio del desgaste natural de un padecimiento psiquiátrico. Sus capturas son composiciones cargadas de emoción que pasan de forma inadvertida de la sorpresa a la euforia, además de las lágrimas; cuestionando sobre el yo y la conciencia humana. Son un relato que escapa del régimen de lo visual a través de sí mismo, tal como ocurre con la vida abriéndose paso a costa de más vida. La naturaleza estaba en lo correcto cuando el intrincado proceso evolutivo produjo organismos capaces de enterarse de sí mismos y de su presencia en este mundo, no sólo aptos para sobrevivir, sino –y por encima de todo–, para vivir.
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