El siglo XX inició con un movimiento que soñó con cambiar las estructuras más reacias del mundo occidental. Como un momento suspendido en el tiempo, altamente improbable, los desposeídos se hicieron del poder político en Rusia en 1917, no sólo con la reivindicación de justicia, también con el planteamiento de una estructuración social distinta a todo lo que hoy conocemos.
Al calor de discusiones y posiciones políticas encontradas, el país más grande del mundo organizó y trató de cambiar radicalmente la forma de vida de todos quienes rompieron con la monarquía abruptamente. Las cabezas de la Rusia blanca rodaron a través de un movimiento popular desde sus orígenes (contrario a las típicas revoluciones que cimbraron occidente desde la Francesa y la Independencia de los Estados Unidos).
Esta vez no sólo se trataba de promulgar una constitución, un acta de Independencia o cambiar a las personas al frente del régimen por otras, conservando la misma dinámica en distintos nombres. La Revolución Rusa se constituyó como una clase plenamente identificada y llevó a la realidad lo que hasta entonces sólo se concebía como ficción: una organización popular que durante un instante en la historia, puso al mundo al revés.
Los aires de libertad y emancipación que soplaron sobre Moscú, San Petersburgo y la Rusia continental inundaron como nunca antes a cualquier nación. En las esquinas, la fiebre por ser escuchado y exponer ideas tomaba las plazas públicas y manifestaciones artísticas de todo tipo llenaban cada sitio público.
En las calles, los soviets, organizaciones nacidas al calor de la Revolución y representantes de todos los sectores quienes participaban en el movimiento, discutían en acaloradas asambleas el futuro del país. No existían partidos, ni siquiera representantes populares, sino una democracia directa emanada de la radicalización de un ideal.
La Unión Soviética encabezó un instante histórico en que más de un tercio de la población mundial decidió romper con lo que hoy parece impensado. Uno de los países más atrasados de Europa, con un cruel invierno y campesinos muriendo de hambre a costa del régimen zarista, un movimiento armado, distinto en sus orígenes a cualquier otra revolución en la historia de la humanidad, rompió con las estructuras del feudalismo y rechazó al capitalismo que se afianzaba por el mundo como la única forma de organización social.
Poco a poco y después de décadas de desarrollo y bienestar social, la odisea revolucionaria cayó en un marasmo, presa de sus propios errores y la presión externa por su caída. La Revolución social Rusa que tambaleó al mundo e inició de golpe el frenético siglo XX, hizo de sus ideales un panfleto y de la justicia social un camino construido sobre la represión bajo el control de Stalin.
El proyecto soviético agotó su enorme maquinaria y se ahogó en su propia grandeza. La épica de principios de siglo pereció ante los intereses extranjeros y los fallos en su administración. El ejercicio que llevó a la sociedad a tomar el control de sus vidas durante la Revolución Rusa sigue calando en la mente de un sinfín de personas alrededor del mundo. Inspiración para levantamientos posteriores, lo que ocurrió en Rusia durante 1917 fue un espacio de irrupción en la historia, momento en que los hombres se reconocieron como iguales y decidieron tomar el rumbo de sin la explotación de algunos por ellos mismos.
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