Vidas enteras, historias, fiestas, reuniones, hogares: todo lo que encierra un lugar que ha pasado sus mejores tiempos y ahora se encuentra deshabitado. El abandono total permanece y ha dejado huella en forma de vegetación, plagas, desmoronamiento y acumulación de polvo; a nadie le gustaría encontrarse allí por la noche, excepto a Manuel Enríquez.
En una casona abandonada de mas de 7 mil 500 metros cuadrados, Manuel trabajó por más de siete horas con su cámara y un equipo de colaboradores, para así revitalizar los espacios muertos en los que el tiempo había hecho alimañas. La casa que inició como un convento y más tarde se convirtió en una vecindad, guarda entre sus paredes una cantidad infinita de historias, sucesos y vitalidad que Manuel busca evocar introduciendo por un momento un haz de luz en el espacio.
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Las luz en las fotografías de Manuel sumergen estos espacios en un momento atemporal, un estado estático que en la realidad no existe, pues con el paso constante del tiempo, el presente termina por ser sólo un estado mental, y las historias y vivencias se pierden en una dimensión que no se logra explicar.