¿En qué sentido se puede entender “deprimente” cuando hablamos de una fiesta cuyos fines se perfilan con la ostentosidad de Occidente? No lo sé. Es claro que nuestra educación, aunque latinoamericana, se encuentra permeada por la herencia hispano-francesa y los impactos del Sweet Sixteen. Como muestra de estas influencias y el contraste con algunas condiciones socioeconómicas en ésta parte del globo, encontramos el festejo de los XV Años en Cuba; que más que una fiesta se ha tornado en una tortura. Eso no lo pongo en duda y desde allí podemos partir. Aquí la cuestión está en la serie de problematizaciones y replanteamientos políticos que pueden abrir la representación de un festejo caracterizado por el derroche en el mundo, y la re-aparición dramática de la pobreza en un punto tan amado y odiado como es el archipiélago caribeño.
Con la serie fotográfica de Anna Boyiazis, “Mis quince”, la pregunta por lo que se acepta o no en las condiciones económicas, sociales y de libertad en el planeta Tierra, surge de nueva cuenta para el imaginario global. “Vivimos como pobres, pero pensamos como ricos” es una frase en son de burla que a muchos cubanos les gusta repetir; quizá en tono de sarcástico, de resignación, de autocompasión o del espíritu revolucionario más alzado. Este dicho sólo da testimonio de que Cuba es una República que no para de soñar y de ver hacia otros horizontes, de organizar unos XV Años y buscar la felicidad aunque no sea en los términos que la humanidad entera ha convenido.
La Revolución permitió que millones de cubanos de origen humilde llegaran a una educación profesional, logró que Cuba fuera hoy uno de los países más alfabetizados del mundo, la división de clases se difuminó más que en otras sociedades, seinstauró un envidiable sistema de salud público y hay cientos de miles de cubanos que lo agradecen. En contraposición, hay otros ciudadanos que no ven con buenos ojos la carga ideológica en la formación académica, advierten negativamente parcial la práctica entre clases sociales y lamentan que los logros mencionados sean a cambio de sus libertades civiles.
En las imágenes de Boyiazis, tomadas durante el festejo de Daislemis –la quinceañera– en Guantánamo, es posible ver a una joven mujer que disfruta del momento, que comparte con su hermano y amigos la alegría de su cumpleaños, que se divierte en el Río Duaba como parte de su homenaje; que posa con su padre para el recuerdo más significativo de su adolescencia y que no se sabe por su expresión si de verdad lo está gozando o simplemente está cumpliendo con la tradición de acuerdo con sus circunstancias. La narrativa occidental no nos permite discernir a cabalidad y toda la historia de revolución se guarda en los elementos de cada toma para diferentes lecturas.
En cada fotografía que se sitúa dentro de su hogar se alcanza a leer una de las frustraciones más notorias de la Cuba socialista en dos vías: la subordinación a Estados Unidos y sus demandas de estilo de vida, además de una economía dependiente que por años se apoyó en la URSSS y que hoy se debilita o vuelve a los fantasmas del pasado con la implementación del Varadero turístico. Se leen también los sucios bloqueos estadounidenses al archipiélago y se evidencian las escasas planeaciones económicas de la República, la cual ahora pende del masivo subsidio chavista; según Wayne Smith –quien fuera jefe de la Sección de Intereses de EUA en La Habana durante los 90–, Cuba es menos dependiente que antes a pesar de que requiera relaciones económicas tan fuertes como la que tiene actualmente con Venezuela.
En los retratos que involucran a una Daislemis festiva en el agua, ésa que posa junto a sus amigos y familiares en la cotidianidad, la vista alcanza hasta donde el ejercicio demócrata lo ha permitido; como el mismo Marx sostenía en la “Crítica al programa de Gotha”, la política de participación y decisión ciudadana es la transición al verdadero socialismo. Sin embargo, con la institucionalización de la rebeldía y la opresión de otros derechos sobre los habitantes, mediante una poco cambiante representación del poder –la cual o fue bien aprendida de Occidente o sólo es síntoma de un pobre ejercicio crítico–, escasamente podemos hablar de debate político en, de y para el pueblo; en rara ocasión sabemos diferenciar desde afuera entre el compromiso, la satisfacción o el pesar de los cubanos.
Sabemos que las revoluciones no son de la noche a la mañana. Que éstas no son perfectas y que sus procesos siempre deben ser estudiados con la mayor crítica posible. Las fotografías de Boyiazis nos llevan hacia allá y es entonces cuando requerimos cargar la balanza o armar un camino compartido; podemos tomar para ello como punto de partida los escritos de Pascual Serrano o Carlos Fernández Lira, frente a una República que a veces parece el mejor ejemplo de dignidad latinoamericana y en otras un programa que parece nunca autocriticarse, revisionarse o renunciar al dogma.
Las fotografías de Anna Boyiazis, si nos fijamos bien y renunciamos a la preordenación ideológica que tenemos, nos invitan tanto a cuestionar si el cambio y la continuidad existen en la Revolución cubana, a revalorar lo que creemos como necesario e indispensable en la vida diaria. Nos pide que veamos con mayor claridad lo que somos capaces de brindar como agentes políticos en el mundo, así como también exhorta a no seguir conclusiones ramplonas y proféticas como es que “a Fidel le absolverá la historia”.
**
Ahora lee:
José Martí: “El maestro de Cuba”
Régimen cubano encierra en un psiquiátrico a opositor
*
Visita la página oficial de Anna Boyiazis para conocer el resto de su obra