Para que alguien muera de sed, primero tienes que privarlo de todo líquido vital. Debes crearle esa necesidad de beber. Y básicamente, eso es lo hacemos cuando instagrameamos nuestra vida deliciosa; tan cercana y a la vez tan lejos de quien queremos que nos desee. Tan atractiva para quien no tiene lo que nosotros sí.
Es así como las Instagram Stories se han convertido en armas letales. De todo puede suceder allí y en tan sólo 24 horas desaparecer; creando con mucha mayor fuerza una necesidad pasajera ante lo que no se puede ver ni tener. No hay nada accidental en ellas, obvio. Nada es tan espontáneo en esta vida. Deliberadamente todos sabemos qué es lo que punemos a la luz pública, pero, aun más enfermo, sabemos (y conseguimos) los efectos que causarán esas imágenes en ciertas personas que les vean.
El paso número uno está en saber que ese hombre o mujer ha estado últimamente en total actividad, que sus amigos también lo han hecho durante las últimas horas, y que tarde o temprano ese sujeto perseguido verá lo que publiques. Ya sea por notificación o por el morbo de revisar quiénes instagramean con la misma frecuencia; llegará a ti.
Lo siguiente, por supuesto, es identificar qué es lo que quieres provocar. ¿Serán celos? ¿Acaso una sugerencia de tinte erótico o sexual? ¿Algo de envidia? Para todo hay una respuesta. Puede ser un clip con tu nueva pareja, una foto de la increíble fiesta con tus más allegadas amistades o un boomerang de tus piernas mientras ves Netflix (tiernamente) a solas.
¿Cómo es que ha sucedido esto con Instagram? ¿Cómo pasó de un álbum compartido o de un registro personal a una aplicación para “ligar” o conseguir la atención de quien te gusta? [Un espacio para recuperar a tu ex ¿?] Pudo haber ocurrido con Facebook, Twitter o cualquier otra plataforma, pero fue en Instagram donde todo se descontroló, donde hallamos la solución perfecta para seducir y ser seducidos sin necesidad de tanta palabra. A partir de “hechos” puros.
Según Halen Yu, gerente de relaciones públicas en Toronto, Canadá, la aplicación y red social se ha convertido paulatinamente en un portafolios de presentación para nuestra vida amorosa. Es gracias a los likes (corazoncitos) y la posibilidad de mandar mensajes ocultos en las stories que poco a poco la imagen que uploadeamos se ha convertido en estrategia de seducción en todo sentido. Claro, con mucho más énfasis cuando se trata de temas amorosos. Nadie más que el dueño de las imágenes sabe que viste lo que viste, que reaccionaste como reaccionaste y que le escribiste un mensaje directo con motivación en sus historias. Se inaugura una privacidad automatizada por lo público.
Una trampa de sed, según Andrew Keller, estratega creativo de la revista Paper, es una imagen fija o en movimiento que intenta atraer la atención de alguien y provocar su respuesta. En su opinión: «una trampa así es tan sencilla como una selfie», no necesariamente debe ser una story. La trampa puede ser tan sutil como lo queramos. En otras palabras, es tan fácil, tan asegurado conseguir a alguien en Instagram que se enganche con tu vida, como si te lanzaras a una red llena de peces. Cada que publicamos una story o una “ingenua” selfie sabemos más o menos quién podría o va a responder tal y como lo imaginábamos. Todos tenemos a una persona en mente que queremos que vea lo que estamos haciendo; aún mejor, sabemos qué queremos que sienta y cómo queremos que nos responda o escriba al respecto.
Y esto no sólo sucede con lo que subimos por nuestra propia cuenta; mucho de este comportamiento en Instagram se basa en el actuar previo a ese upload. Con el o los individuos en la mira, basta con varios likes o reacciones a su material visual para llamar la atención, es efectivísimo aparecer en cuentas que no son necesariamente tuyas, es suficiente una frecuencia sobrehumana de instagramming, es conveniente posar con poca ropa (sin importar el sexo) o con animales y hashtags que todo mundo volteará a ver, es necesario usar las etiquetas tal y como lo hace esa persona-objetivo, entre otros métodos.
En conclusión, más que un perfil en Tinder o Grindr, Instagram brinda un approach más profundo que mezcla cotidianidad –o lo que tendría que ser esto en suposición–, aspiración, juegos de atracción y manipulación de ideas. Es un all-inclusive a nuestro existir completo y una bandeja de oro para el apetitoso “yo” que ofrecemos a ciertos individuos.
Con mayor eficacia que cualquier perfil creado en páginas para conseguir pareja –sí, de esas que usaba la Generación X y a quienes pertenecían correos electrónicos de Yahoo–, Instagram es un complejo juego de representaciones que nos convierte en autores y personajes de una historia que pretendemos tenga muchos fans (o sólo uno en especial), nos transforma en mercaderes y mercancía de lo que necesitamos que otros necesiten y nos figura de la manera en que queremos que el amante perfecto nos anhele. Quizás en Tinder haya sexo fácil y automático, en Instagram tenemos algo mucho mejor: la idealización de un todo.
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