«“Constitución íntima de las cosas…”
“Sentido íntimo del Universo…”
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que se pueda pensar en cosas de ésas.
Es como pensar en razones y fines
Cuando el comienzo de la mañana está rayando
y por los lados de los árboles
Un vago oro lustroso va perdiendo la oscuridad.
Pensar en el sentido íntimo de las cosas
Es, acrecentado, como pensar en la salud
O llevar un vaso al agua de las fuentes.
El único sentido íntimo de las cosas
Es que ellas no tienen sentido íntimo ninguno».
Existen en el mundo sólo tres tipos de personas; las que creen en “algo”, las que no y las que lo dudan. Ese “algo” no es necesariamente Dios o una entidad supranatural providente de cuidados y bienestar para los humanos. Puede ser, simplemente, un orden cósmico que pone todas las cosas en su lugar, algo que está “más allá” y que dote de sentido al mundo como lo conoceremos.
Para quienes no creen y para quienes dudan de cualquier tipo de trascendencia, hay una inquietud más o menos constante; las cosas que vemos y la vida misma carece de un sentido fuera de ella; es decir, no hay nada que las trascienda. Las cosas son lo que son y punto. De ser así, ¿valdría la pena conservar lo efímero y mundano?, entonces, ¿cuál es el sentido del arte o de la creación si todo da, más o menos, lo mismo?
William Eggleston nos da señales para responder esto con fotografía. Aunque puedan parecer simples, la composición de sus imágenes requirieron de un análisis íntimo no sólo de la imagen, sino de lo que se quiere comunicar con ella.
Este fotógrafo norteamericano nos invita a ver más allá de lo obvio, salir de lo ordinario y abrir nuestra atención. Nos enseña que el objeto central de una instantánea no es lo primordial ni agota la fotografía. La periferia tienen mucho por mostrarnos y hay que tomarnos unos minutos para ello.
A primera vista, no hay nada en ellas que no hayamos visto antes. Son cosas tan comunes, que resulta difícil comprender por qué alguien querría fotografiarlas. Aquí surge una legítima pregunta; ¿qué es lo que sí puede / debe fotografiarse?, ¿qué requisito deben cubrir los objetos para ser dignos de suspenderlos para siempre en papel?
La respuesta que podemos obtener de estas series fotográficas, es que no hay “requisitos” que hagan válida o inválida una fotografía. Las cosas más fundamentales, esas que vemos todos los días y que tenemos a nuestro alcance, también nos proporcionan una experiencia sublime que proviene justo de eso; de su cotidianidad y su franqueza.
Si te detienes un momento en cada una de estas fotos, podrás ver los juegos de contrastes, no sólo en los tonos sino en la composición. Aunque parece azaroso y da una impresión de instantánea amateur, guardan un orden espacial establecido, mismo que nos atrapa por algún momento para quedarnos a verlo “un poco más”.
Lo cotidiano parece ser algo demasiado pesado para llevar a cuestas y verlo todos los días en su simpleza tan ordinaria. Las cosas siempre son como son y no importa cuánto nos esforcemos para disfrazar la realidad; siempre regresará con su aplastante monotonía a dejar todo tal y como está y como ha estado siempre.
La conjunción de elementos no sólo físicos sino simbólicos, logra que, con cada una de estas fotografías, repensemos lo que está a nuestro alrededor. La siguiente fotografía, por ejemplo, ¿cuál es la relación que tienen las flores del estampado del sillón con las hojas secas que se encuentran detrás y debajo de éste?
En varias entrevistas, el fotógrafo ha dejado claro que su interés está en que las fotos hablen por sí mismas. Que el espectador las descifre e intervenga con sus propias experiencias su significado. No son palabras las que deben intervenir en las imágenes, eso no tendría ningún sentido. Por sí mimas, ellas pueden comunicar su significado.
Como lo destaca El País, el propio fotógrafo a referido que «el problema está en que cualquiera que sea el significado de una imagen es imposible expresarlo con palabras. No tienen nada que ver lo uno con lo otro. El arte o lo que llamamos arte, puede gustar, se puede apreciar, pero es algo de lo que no se puede hablar. No tiene sentido». Así lo dijo en el documental “William Eggleston in The Real World”.
Al mirar estas fotografías, una sensación angustiante de percibir una realidad tan simple y llana puede tomarnos por sorpresa. Nos percatamos de ser espectadores de un mundo que hemos conocido siempre, que conocemos ahora y que no tiene nada nuevo para mostrarnos.
William Eggleston es ampliamente reconocido por llevar la fotografía a color a las galerías de arte. En la primera mitad del siglo XX, el canon de fotografía marcaba las reglas; la buena fotografía se hacía en blanco y negro. Las instantáneas a color no sólo no tenían sentido, sino que su estatus era demasiado bajo. Eggleston no sólo hizo oídos sordos a esta regla, sino que superó todas las expectativas derrumbando lo que se esperaba.
De su vida, se sabe que es originario de Memphis, Tennessee. Fue a tres universidades y de ninguna pudo graduarse; sin embargo, su talento lo llevó a trabajar como maestro de fotografía artística en la Universidad de Harvard. Además, ha reconocido fuertes Influencias de Henri Cartier-Bresson, Paul Klee y Vassili Kandinski. A diferencia del fotoperiodismo, el interés de este hombre era conseguir una imagen artística, no una que diera cuenta de los registros de lo real ni que narrara historias. Así, fue el eje de la nueva fotografía americana a color. Pese a todos los pronósticos y críticos, la obra de este fotógrafo fue expuesta en 1976 en el Museum of Modern Art, MoMA.
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Referencias
Oscar en fotos
Nowness