David Camorlinga es arquitecto de profesión y escultor por elección. Cuando era niño recuerda que su padre tenía como hobbie el oficio de la carpintería y pronto se acercó a la escultura cuando decidió hacerle a su abuela dos manos en expresión de una eterna oración.
“Plegaria perpetua”
Cuando entró a la UNAM en la Facultad de Arquitectura, su madre lo llevó al despacho del fallecido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez (entre sus obras destacan el Museo Nacional de Antropología, el Museo del Templo Mayor, la nueva Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca, el antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ahora Centro Cultural Universitario Tlatelolco, y el Palacio Legislativo de San Lázaro) para inculcarle la sensibilidad y el amor por México con la intención de que se reflejara en la arquitectura.
Durante cuatro años mezcló los estudios con su labor en el despacho, investigando, a la par, la vida y obra del muralista David Alfaro Siqueiros; durante un lapso de depresión decidió retratarse y posterior a esto comenzó a dibujarse, de esta manera surgió la escultura “Vacivus”, realizada en bronce con baño de plata.
Su trabajo se basa en la exploración interior que todo hombre emprende cuando busca sentido a su existencia. Su discurso es bastante simple enfocado a las relaciones humanas a priori, sin profundizar en estos sentimientos desde alguna disciplina como la filosofía o la psicología. Comparte la idea de que la escultura es para tocarse, pero a pesar de las distintas formas de presentarla, actualmente se concibe como una “barrera”. De alguna manera la geometría presente en cada escultura enaltece su formación en arquitectura, pues la percepción del espacio definitivamente se convierte en un sentido de creación y transformación haya o no interacción con el espectador.
Las ideas de David Camorlinga tienen estelas del Romanticismo donde se pensaba en el artista como un ser impregnado de magia con inspiración divina, con una utopía del amor y la vida como algo digno de sentirse de manera pasional. Estas ideas no parten del espectador si no de él cuando menciona que por un toque divino se volvió escultor.
Finalmente estas esculturas se realizan con la técnica de cera perdida, la que consiste en rodear el modelo con una gruesa capa de cera; una vez endurecido, se mete en un horno que derrite la figura y la cera sale por unos orificios creados al efecto (de ahí su denominación) y, en su lugar, se inyecta el metal fundido que adopta la forma exacta del modelo. Para extraer la pieza final es necesario retirar el molde.
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