Seguramente tú también les pintaste dedo en secreto o maldijiste a tus padres cuando te dijeron tajantemente que dejaras en paz la computadora. En ese monitor blanco en el que todavía se veían reflejados los años noventa y todas sus bondades como el viejo MSN Messenger ─ahora sustituido por Facebook─ en el que bastaba apenas un “hola” para comenzar una conversación que durase semanas, sin duda alguna, era el miedo más grande de mamá y papá.
«Ni siquiera sabes con quién estás hablando» decían, y en efecto, en algún momento de nuestro amor por la Internet se nos olvidó que nuestra generación no era la única que se había mudado a un espacio, por decirlo así, más digital. Que lo comprendemos un poco más, eso es un hecho. No obstante dentro de sus redes comenzaron a incubarse los huevecillos de un nuevo tipo de maldad.
Quizá piensas que sólo un estúpido habría agregado a su correo a un desconocido, no obstante, detente un poco y piensa en todas las personas que has agregado a Facebook los últimos meses aun cuando tu única forma de “conocerlos” son sus amigos en común y “su foto de perfil”, ¿ya no suena a algo tan torpe, cierto? Lo cierto es que la euforia adolescente siempre nos lleva a hacer cosas que en realidad no deberíamos, pero ¡al diablo las instituciones!, hay que destruirlo todo y cuando menos nos damos cuenta: lo inevitable. Un lío gordo.
Cuando menos lo esperábamos, la realidad saltó de golpe. En las noticias no se dejaba de hablar de pedofilia y abuso sexual a menores, el desmantelamiento de grupos formados por agresores sexuales era cada vez más constante, pero lo que sin duda saltaba más a la vista era la manera en que estos hombres ─en su mayoría de más de cuarenta años─ operaban: nuestra bien amada e incomprendida Internet. Uno de los casos que mayor revuelo causó fue sin duda el de el argentino Jorge Corsi, un respetado psicólogo que fue señalado como una de las principales cabezas del grupo conocido como “Boylovers”.
Por medio de chats y foros en Internet, esta red de pedófilos intercambiaba fotografías y videos explícitos en los que la pornografía infantil ni siquiera podía ponerse en duda, aunque este intercambio es de por sí un asunto de extrema gravedad; las declaraciones dentro de estos grupos iban más allá, algunos de ellos ─según las investigaciones emitidas por asociaciones de prevención de delitos sexuales alrededor de todo el mundo─ presumían de haber tenido contacto físico con muchos de los menores que aparecieron retratados en las fotografías.
Debido a que sus métodos para atraer menores se basaban en constantes muestras de afecto y “ayuda psicológica a adolescentes”, apenas se enteraron de la detención de Corsi, muchos boylovers se pronunciaron en contra del encarcelamiento de su compañero, ya que bajo sus ojos él no estaba haciendo nada malo, sino todo lo contrario. Más allá del caso del psicólogo argentino, miembros de la North American Man-Boy Association, entre ellos Eric Tazelaar, comenzaron a afirmar que no había nada de malo en sostener relaciones sexuales con menores de edad. Se trataba del regreso de un movimiento que germinó durante la segunda mitad del siglo XX en Europa con un solo objetivo: luchar por los derechos de los pedófilos.
Las retorcidas mentes de estas personas les dictaban que sus actividades eran completamente aceptables después de la revolución sexual que desde los años sesenta invadió al mundo con un mensaje de amor y sexo libre. Para ellos, sólo es cuestión de tiempo para que las relaciones con menores de edad dejen de ser consideradas como abuso y más importante aun, como un delito.
Lo único cierto es que todo apunta a que sus actos no son otra cosa que episodios traumáticos para quienes los padecen, basta con ver la cara de pánico de un chico cuya fotografía apareció en las noticias con el rostro censurado y una pose sugestiva, a partir de que decidió contarle todo a sus padres; miles de casos en todo el mundo apuntan a los boylovers como los responsables de una serie de abusos que aún hoy siguen impunes.
Tres años a cambio de una vida arruinada. Tres años sin ninguna resolución. Tres años de Corsi en la cárcel antes de ser liberado a causa de complicaciones a su salud. Sólo bastó ese periodo para que el mundo entero se diera cuenta de que la Internet no era precisamente ese milagro informático que salvaría nuestras vidas, pues en muchos casos sirvió para todo lo contrario gracias a una red de pervertidos que, bajo el velo del psicólogo bien intencionado, el profesor de música o el entrenador de fútbol, arruinó los sueños de cientos de niños.