Casi dos siglos de la apertura de la Cárcel de Belén, el inmueble que por años fue sede de todo tipo de abusos y malos tratos comenzó como un sitio pensado para las mujeres pobres, viudas y solteras. Su nombre era “Recogimiento de San Miguel de Bethelm”, fundado hacia 1683 por el padre Domingo Pérez Barcía. Allí llegaron decenas de mujeres que por casi 70 años vivieron gracias a patrocinios.
Sin embargo, a pesar de darle un hogar a estas mujeres, el lugar pasaría a ser una escuela, el Colegio de Niñas de San Miguel de Bethlem para niñas pobres, categoría que mantendría por un par de décadas hasta 1862 cuando debido a las Leyes de Reforma, impulsadas por el gobierno de Benito Juárez, expropió todos los bienes de la Iglesia, entre ellos el de este recinto.
Foto: MX CityPronto, las estudiantes serían reubicadas, sin importar su condición y para 1863 el lugar comenzaría a ser utilizado como una prisión. Allí llegaron hombres, mujeres y niños que fueron sometidos a condiciones precarias de vida sin importar los crímenes que los habían llevado hasta allí o que el inmueble nunca haya estado adaptado para poder albergar a tanta gente.
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De tal forma, los reos se enfrentaron a una dura realidad en la que los excusados no eran suficientes, por lo que era necesario realizar sus necesidades en baldes o en otros sitios poco higiénicos. Aunque cabe destacar que en la propia organización de la cárcel y su posterior ampliación, era posible habitar celdas separadas que solían tener mejores condiciones higiénicas, no obstante, se trataban de celdas (llamadas de primera clase) a las que sólo tenían acceso quienes podían pagarlas.
La comida diaria incluía de desayuno un pambazo y un atole, y para la comida se servía un caldo que suponía ser de res y dos piezas de pan. Sin embargo, ante la falta de recursos, muchos prisioneros ni siquiera tenían platos en los cuales servirse, por lo que existen registros de éstos comiendo directamente desde sus sombreros en los casos más extremos.
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Estas condiciones de vida, en la que los prisioneros por lo general dormían en el suelo y había una importante sobrepoblación de la cárcel —cerca de mil 432 presos, a pesar de que el inmueble no había sido diseñado para albergar a tanta gente— provocó la propagación de todo tipo de enfermedades como la sarna o el escorbuto, piojos e incluso infecciones venéreas y tifoidea.
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Por otro lado, como parte del estilo de vida que se adoptaba en esta cárcel, cuando se trataba de las mujeres, se cuenta que muchas de ellas se veían obligadas a prostituirse con los guardias y celadores, puesto que esa era la única manera en las que al salir podrían reinsertarse en la sociedad… o por lo menos tener un ahorro que les permitiera continuar con la mayor normalidad posible.
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La sobrepoblación penitenciaria y que la Cárcel de Belén no estaba diseñada como tal también propició una serie de escapes, que solían ser tan comunes como lo era el contrabando en la cárcel en la que podían encontrarse alcohol y otras sustancias con relativa facilidad. Por otro lado, se reporta que en el lugar la segunda vía de escape más común era el suicidio, lo cual en ocasiones sumaba a la problemática de la higiene en la prisión, pues además de lidiar con enfermedades, también debían hacerlo con los cuerpos.
La terrible vida en esta prisión llegó a su fin en definitiva en 1934 cuando el inmueble (así como el del Palacio de Justicia del Ramo Penal) fue demolido y en su lugar se construyó el Centro Escolar Revolución. No obstante, antes de dicha fecha, hacia 1900, la Cárcel de Belén vio un decremento en sus prisioneros dada la inauguración de el Palacio de Lecumberri, una de las penitenciarías más afamadas en la historia de México y que ahora alberga el Archivo General de la Nación.
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