Agustín de Hipona nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pueblo que hoy se conoce por Souk-Ahras (Argelia). Fue hijo del pagano Patricio y de la cristiana Mónica. Fue educado en la fe de su madre.
San Agustín es el máximo exponente de la filosofía cristiana durante el período patrístico y uno de los más geniales pensadores de todos los tiempos. Su filosofía religiosa y su doctrina teológica tuvo una influencia decisiva tanto en la Edad Media como en el Renacimiento.
Influyó en todos los ámbitos posibles: político, místico, religioso, moral, entre otros.
Aquí presentamos algunas de sus ideas más importantes y que han marcado al mundo del pensamiento.
Entre sus obras destacan las "Confesiones" y “Ciudad de Dios”. En ellos plantea sus ideas únicas.
En cuanto al hombre él explica que, de todas las sustancias finitas, las más perfectas son los ángeles; después viene el hombre, compuesto de alma y cuerpo. Su concepción del hombre se incluye en la tradición platónica al defender un claro choque antropológico: el hombre consta de dos substancias distintas, cada una de ellas completa e independiente, el alma y el cuerpo, siendo el alma superior en dignidad. El alma reaviva al cuerpo, y produce la vida vegetativa, la sensitiva y la intelectiva.
El alma humana es una substancia espiritual, inmaterial, simple, lo que asegura su inmortalidad, de la que San Agustín ofrece varios argumentos; por su perfección, el destino más propio del alma es Dios. El alma humana no es una parte de Dios, pero sí su imagen, y con sus tres facultades principales: memoria, inteligencia y voluntad, también de la Trinidad: Dios es Padre, Hijo (Verbo) y Espíritu (Amor); tres personas en una misma y sola naturaleza divina.
Cuando habla de Dios, el argumento principal de San Agustín para probar la existencia de Dios parte de las “verdades eternas”: en el interior del alma encontramos verdades universales, inmutables y necesarias, como los primeros principios de la razón, a las que nos tenemos que someter.
Su fundamento no pueden ser las cosas físicas, realidades contingentes, cambiantes y mortales, pero tampoco nuestra alma, que también cambia; estas verdades trascienden, luego debe existir algún ser que posea sus características y sea su fundamento: Dios. Dado que es tan superior y distinto de las cosas finitas, no podemos conocerlo con total fidelidad, pero sí cabe una cierta comprensión de su ser.
El problema de la moral también es un tema importante para él. Para San Agustín el fin último de toda la conducta humana y Bien Supremo es la felicidad, que no se puede alcanzar con los bienes exteriores finitos, ni perfeccionando nuestra mente, y sí en la vida santa, en la presencia de nuestra alma ante Dios. Para satisfacer esta vocación sobrenatural se necesita del esfuerzo humano y de la gracia de Dios. La vida buena consistirá precisamente en buscar a Dios, y hacerlo con todas las capacidades de nuestro ser, el corazón, el alma y la mente.
El bien y el ser coinciden, y, dado que Dios es la plenitud del ser, es también la plenitud del bien o bien absoluto. En sentido estricto el mal no existe, es una ausencia de un determinado bien, incluso la destrucción y muerte de los seres finitos (mal natural) es en cierto modo un bien necesario. Por su parte, el mal moral corresponde a los actos humanos, actos que dependen de nuestra razón y arranque, y en esa medida de nuestra libertad. Mediante nuestro deseo y buena fe podemos acercarnos a Dios y alcanzar la bienaventuranza, pero también podemos elegir el mal.
Por último, entre sus múltiples temas, presentaremos el problema del conocimiento. San Agustín dice que la fe da lugar a la religión y la razón a la filosofía, y, en tanto que la fe y la razón tienen su origen en Dios, no puede haber oposición entre ambas.
Puesto que en el hombre encontramos una sustancia material y otra espiritual, habrá también dos tipos de conocimiento: el sensitivo y el intelectual. San Agustín no rechaza completamente el valor de los sentidos (conocimiento sensitivo) pues nos informan de las cosas sensibles, incluido nuestro propio cuerpo, y son necesarios para la vida práctica. La sensación es común a los animales y al hombre, pero nosotros disponemos además de la razón, con la que podemos alcanzar un conocimiento más elevado de la realidad (conocimiento inteligible). Mediante la razón inferior conocemos el mundo sensible, temporal y cambiante, y resolvemos las necesidades prácticas de la vida; y gracias a la razón superior podemos alcanzar las esencias, lo inmutable, necesario y eterno como los objetos matemáticos (el mundo inteligible), e incluso a Dios, dando lugar a verdades eternas, inmutables y comunes a todos.