Se trata de la dinastía que forjó al país después de la ocupación japonesa y lo condujo hasta el régimen actual al término de la Guerra de Corea. El armisticio puso fin al conflicto armado, al mismo tiempo que marcó una frontera en el paralelo 38 que se mantiene hasta el presente y en su lado norte alberga una de las sociedades más cerradas del globo.
La omnipotencia de sus rostros acompaña a la mayoría de los ciudadanos en el día a día en Pyongyang, la capital norcoreana. No hace falta demasiado esfuerzo para encontrar la mirada de los exlíderes de Corea del Norte esbozando una sonrisa; lo mismo dentro de un vagón de metro que en los pasillos, en edificios públicos de donde cuelgan anuncios luminosos con ambos retratos o en las escuelas, arriba del pizarrón de cualquier salón de clases.
El culto a la personalidad está presente en cada rincón de Corea del Norte. Resulta complicado evadir a Kim Jong Il y Kim Il Sung cuando aparecen continuamente en el transporte público, los hospitales y hasta en la ropa: las medallas y pines con el rostro de ambos mandatarios son utilizados por personal castrense; también los llevan consigo toda clase de profesionistas y las contadas personas que hacen de guías de turista para los grupos de viajeros que deciden conocer de primera mano una parte de la realidad norcoreana ante el cerco mediático.
Pero hasta la rigidez del rostro de los Kim puede ceder terreno. En algunos murales y mosaicos en Pyonyang se les puede encontrar más animados: en vez de retratos, se trata de lienzos donde sonríen mientras saludan al pueblo con flores a su alrededor, o bien, platican animosamente con las trabajadoras de una fábrica textil. Cada ilustración cumple una función propagandística y juntas dan forma a un conjunto de visualidades al servicio del régimen.
Las fotografías del fotoperiodista hindú Danish Siddiqui para Reuters demuestran que en Corea del Norte, cualquier lugar y momento es propicio para la enésima comparecencia pública de los Kim –al menos en pintura–, un par de rostros que aparecen una y otra vez como un sutil recordatorio de quién controla uno de los países más herméticos del mundo, cuya calidad de vida en muchos aspectos es una verdadera incógnita para Occidente.
Conoce más del trabajo de Danish Siddiqui en su Instagram oficial
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