Comenzaron a perseguirme después de que mataron a mi hermano, le dieron un botellazo en la cabeza y luego lo agarraron a golpes. Fue en una cancha de futbol, había unas 300 personas mirando, pero nadie hizo nada, todos les tenían miedo. Desde el principio supe quiénes habían sido, los conozco desde que éramos niños, crecimos en la misma aldea, fuimos juntos a la escuela. Mi mamá y yo los denunciamos, di sus nombres y detuvieron a uno de ellos.
A los pocos días mi primo me avisó que lo habían buscado, le dijeron que donde me vieran ahí me iban a matar. Supieron que fui yo porque las autoridades me echaron de cabeza, ellos les avisaron que los había denunciado. Desde ese día dejé de ir a trabajar porque me daba miedo esperar el transporte, sabía que en cualquier momento podían llegar.
Fotografía Meridith Kohut
Yo vivía con mi familia al noroeste de Honduras. Trabajaba en una imprenta, no ganaba mal. Pero después de lo que pasó me fui a esconder con un amigo en un departamento cerca de la frontera con Guatemala. También allí me encontraron. Un día llegaron con mi amigo y le dijeron que si se llevaba conmigo también lo iban a matar. Él les contestó que éramos amigos, que podía llevarse conmigo y con ellos y no había problema. A los cuatro días lo mataron. En ese momento entendí que si no me iba terminaría igual que mi hermano y mi amigo.
Para salir de Honduras tuve que juntar 6000 lempiras (4740 pesos mexicanos). Lo hice todo como pude, no me dieron tiempo de planear. Saqué mis ahorros, vendí mis cosas y mi familia me ayudó con lo que tuvo. Mi mamá me pidió que me fuera, me dijo que no soportaría el dolor de perder otro hijo. Empaqué algunas mudas de ropa, mi cédula de identidad, una foto de mi hermano y me monté a un autobús rumbo a México. Mi mayor miedo al dejar Honduras era encontrarme a las autoridades, si me veían, me iban a entregar a los que me estaban buscando.
Entramos a México por Tabasco. Nos llevaron en avión a la CDMX y nos dieron espacio en el albergue para refugiados de ACNUR. Aquí hay gente de todas partes del mundo, pero la mayoría viene de Centroamérica.
Cuando uno deja su país, siempre se sufre, por ejemplo, una familia de El Salvador viene huyendo de los mareros que querían a la hija mayor de mujer de uno de ellos. Hay unos muchachos de África que hablan francés y aquí les están ayudando a aprender español y buscar trabajo. También hay un muchacho árabe, sus primeros días le hablábamos con señas pero las encargadas ya le van a conseguir un intérprete, pronto sabremos cuál es su historia.
Desde aquí le puedo llamar a mi mamá y la escucho tranquila y alegre de saber que estoy a salvo. Después de lo que pasé, me costaba mucho trabajo dormir pero la psicóloga del ACNUR me ayudó a tranquilizarme. Aquí me siento seguro. Las mujeres que se encargan del albergue nos cuidan y nos apoyan, sólo espero que sigan teniendo fortaleza para ayudarnos a todos los que tratamos de encontrar otra oportunidad en México.
Fotografía Meridith Kohut
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De acuerdo con datos del ACNUR, cada minuto 31 personas se ven obligadas a huir de su país. La mayoría de ellas son detenidas por las autoridades migratorias o caen en manos de grupos criminales. M, el joven que dio su testimonio, tuvo la fortuna de ser rescatado y recibido en el refugio de ACNUR. Hoy puede contar por qué abandonó Honduras, pero muchas historias como la suya se desvanecen en el camino sin haber sido escuchadas.
No podemos mencionar su nombre ni ubicación para cuidar la identidad y seguridad de los refugiados. El refugio de ACNUR, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, tiene el mandato de dirigir y coordinar las acciones internacionales para la protección de los refugiados a nivel mundial, además de mostrarnos que los refugiados también han podido rehacer su vida y tener un lugar seguro dónde vivir. Sin embargo, todos podemos sumarnos a esta causa y ser parte de esta gran labor, conoce la labor de ACNUR y descubre cómo puedes mostrar que estás #ConLosRefugiados, ayudarás a que miles tengan la oportunidad de reescribir su historia.
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