El Diablo es el personaje histórico con mas papeles de antagonista. Desde la filosofía teológica hasta las concepciones del Estado, la figura del demonio se presenta en el mundo occidental como un sujeto trágico y provocador; incluso podemos reconocer su imagen si visitamos la sección de emojis en nuestros smartphones. Así de potente es la imagen del maligno en nuestras vidas: una representación de la bribonería, el mal y las pasiones.
Aunque popularizado en Europa, el Diablo no es nativo ni tiene orígenes abrahámicos; la representación del mal sobrepasa todas las culturas y todos los tiempos, por tanto, es una constante universal para la humanidad. La capacidad de actuar en contra de la ética y la moral, cometer atrocidades históricas, repartir injusticias y condenar la existencia, es un común denominador para el ser humano. Sin embargo, ante la autenticidad que la gente le brinda al mal, se hace necesario afrontar las preconcepciones que se nos han implantado culturalmente. A continuación, se hacen cinco meditaciones históricas en torno a Satán y algunas de sus facetas.
El mítico nombre del mal
Los nombres Lucifer y Luzbel no aparecen en la Biblia; sin embargo, se difundió la creencia de que era el nombre del demonio por su significado. Aunque se hayan vendido como “príncipe de las tinieblas” o “el adversario de Dios”, ambos nombres en realidad significan “estrella de la mañana”. Lucifer es el equivalente griego a Eósforo, quien porta la aurora; por tanto, estos sustantivos realmente hacen referencia a una estrella que brilla antes del Sol por las mañanas. Muchos consideran que el nombre Lucifer se refiere a un rey babilónico, y el llamarle así fue una alegoría para anunciar su inminente caída. La interpretación de estos nombres suele ser ventajosa y versa sobre intereses del que descifra, por ende, asociarlas con el demonio resulta una metáfora complicada e innecesaria —como muchas de las significaciones católico-cristianas.
¿El Diablo azteca?
El inframundo azteca, el Mictlán, no tiene nada que ver con el infierno semítico. Mictlantecutli, “el señor de la residencia de los muertos”, gobierna junto con su esposa este destino, pero pocas similitudes tiene con el demonio cristiano. Un árido desierto en donde el ser humano vaga sin rumbo, camina sin propósito y vive —o muere— sin dejar rastro. El verdadero castigo de los muertos mexicas era soportar el aburrimiento perpetuo y la monotonía interminable. Habría que preguntarnos si la vida contemporánea no consiste en lo mismo que el Mictlán.
La eterna lucha entre la luz y la sombra
René Avilés Fabila (2013), en su interpretación del evangelio, propone escapar de la idea de concebir a Dios y al Diablo como dos unidades distintas. La idea dicotómica del bien y el mal limita el poder de uno e incrementa el de otro. Avilés plantea que nuestra deidad y el demonio en realidad habitan una misma piel. Temámoslo, Dios podría ser bipolar. Se entrevé en las líneas del autor la auténtica preocupación por saber que Dios tal vez sea un ente supremo atormentado por su propio mal. La entidad suprema en la que vive nuestra duda, bien podría ser sólo una elevación del espíritu humano, que vive justo en la media entre el bien y el mal.
4. El Infierno de los inocentes
Según la tradición cristiana, desde el pecado original cometido por Adán y hasta que Jesús, tras su muerte, descendió al Infierno, ningún alma había podido entrar al Cielo. Entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua, Jesús fue al Infierno y liberó las almas de los justos que habían muerto antes de su crucifixión. Eso se traduce en que el pecado original se hizo pagar con cientos de generaciones de inocentes enviadas al infierno. Jesús reivindicó este acto de injusticia del padre al morir por nuestros pecados, pero pasa que Dios es un solo ente, lo cual demostraría que Dios sí puede equivocarse o Dios se equivoca a propósito. En vista de que el demonio se equivoca a propósito y Dios también: ¿qué fallo es más virtuoso?
¿Una cabra roja?
La representación visual del diablo se popularizó como una cabra cornuda y antropomórfica. Uno de los pintores más prolíficos de España, Francisco de Goya, retrata esta figura en El aquelarre, obra de 1798. Esta imagen del Diablo está colocada en todas las bases erróneas. La iglesia católica relacionó —sin ningún fundamento— al demonio con el dios pagano Pan, quien era símbolo de fertilidad entre agricultores y trabajadores del campo. Los paganos conectaron a Jesucristo con Pan, pues veían en él una salvación para sus cosechas. La iglesia lo consideró blasfemia y se encargó de trasladar el peso simbólico de la cabra a Satán, porque consideraron que cualquier asunto relacionado con la fertilidad le concernía al Diablo. Una imagen cultural trasciende el mito y se frecuenta a sí misma. La figura del maligno es, en esencia, una invención que se hace real dejando detrás bases tambaleantes que ni siquiera tienen que ver con la fe, sino con los dogmas propios de una religión.
Finalmente, el Diablo es una invención universal en todas las culturas. Estas reflexiones giran en torno a las polémicas más importantes del demonio y su imagen, no tienen otro propósito que argumentar que la cara del Diablo que conocemos podría no ser la correcta, pero seguramente no hay una cara real y todo se trate de un sistema de entendimiento de nuestro mundo. O quizá Dios y el Diablo existan, y en este preciso momento se disputen la balanza del bien y del mal. De cualquier manera, nuestro libre albedrío nos permite decidir cómo actuar y cómo vivir, pero quizá no podamos decidir aún en qué creer.
Referencias y fuentes
-Avilés, R. (2013). El Evangelio según René Avilés Fabila (Primera edición revisada y aumentada en Cultura Universitaria). México: Universidad Autónoma Metropolitana.
-Montes de Oca, F. (2017). El libro de El Diablo y sus demonios. México: Selector.
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La historiografía y las investigaciones arrojan que la mayor parte de lo que dice la Biblia es tanto histórica como científicamente incierto; algunas personas existieron, pero todo el contexto y los hechos sobrenaturales, son producto de la imaginación y de la participación de más personas de las que pensamos.