¿Has escuchado de la sapiosexualidad? ¿Te has enamorado alguna vez de un profesor o una profesora en la Universidad? ¿No has podido controlar tus impulsos o deseos hacia alguien que no necesariamente te gusta en sentido físico, sino que te seduce en términos intelectuales? Bueno, justo en eso recae el término con que iniciamos en estas líneas; y justo en ello podemos retomar, de manera extrema –escandalosa incluso– el profundo amor que Sor Juana sintió en un momento por la Virreina de México, María Luisa Gonzaga Manrique de Lara. Un sentimiento que nada tuvo de carnalidad, que muy seguramente no pretendió ningún acercamiento lujurioso, pero que socavó las emociones más puras y sinceras de una mujer dedicada a la religión, al pensamiento y a las artes.
La virreina, también Condesa de Paredes, fue mecenas de Sor Juana y con ello sostuvo por largo tiempo una relación que se puede rastrear en correspondencia archivada y en una correcta lectura cronológica de los poemas de la segunda. Cuentan que la famosa poeta llegó a monja como medida engañosa para lograr estudios y evadir el matrimonio, pero en tal aseveración debemos ser cautelosos; si no hubiera una verdadera devoción en el pensamiento de Juana Inés, quizá nunca hubieran sido posibles sus reflexiones filosóficas y el empeño literario que logró en el barroco tardío. Una figura mexicana de estricto rigor erudito y sensibilidad humanística. Es en este tenor que la Condesa jugó un papel primordial en la vida de la escritora novohispana; por un lado, el de madrina y apoyo para su ilustración beata, y por el otro, el de figura inspiradora y fuerza para crear en sí, un designio místico para la creación artística.
Si bien este tema, el que se centra en problematizar la sexualidad de Juana de Asbaje con y a partir de su poesía afectuosa cuando no erótica, podría entenderse ocioso, pues nada debería importarnos la orientación de nadie por más famoso que sea. Esta manifestación sexual ha sido estudiada por otros expertos y su finalidad radica en proponerle al lector contemporáneo una manera distinta de leer a la monja jerónima, haciéndole incluso más humana y no dejándola en el personaje sombrío y aburrido que en muchos colegios apenas se digiere. En otras palabras, demostrar su vigencia desde una de las aristas más actuales en el mundo: la de la sexualidad y el resquebrajamiento del tabú, la del amor libre y profesado por una mujer hacia otra.
De entre la obra preferida para ilustrar este amor, el cual contaba con el ingenio literario de Sor Juana en su interior y la respuesta epistolar de la Condesa, se encuentra el soneto número cincuenta de la monja. En él, la poeta deja claro que ama a la otra sin importar correspondencia y, reconoce, que su consumación es lejana, pues ésta sería su propio hundimiento. Aquí vemos, entonces, a una Sor Juana que no puede saciar al amor según sus obediencias de castidad (Juana, la monja) y que reconoce la jerarquía de la Condesa como un impedimento de unión (Juana, la mente del Siglo de Oro).
«Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza,
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo.
No emprender, solamente, es lo que emprendo;
pues sé que a merecer tanta grandeza
ningún mérito basta, y es simpleza
obrar contra lo mismo que yo entiendo.
Como cosa concibo tan sagrada
su beldad, que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada:
pues cediendo a la suya mi alegría,
por no llegarla a ver mal empleada,
aun pienso que sintiera verla mía».
Sergio Téllez-Pon, especialista en la obra de Sor Juana y catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México, mismo que compiló una antología y estudio de poesía lésbica hacia la virreina, opina que ésta fue «una relación intensa pero casta; una relación en la que ellas se enamoraron intelectualmente, pero se enamoraron al fin». En entrevista para El País, el investigador cree que «María Luisa era una persona muy importante para ella (Sor Juana), fue quien la ayudó a quitarse de encima al odioso padre Núñez de Miranda, quien la estimulaba creativamente, con quien compartía muchas cosas en común. Así que las muestras tiránicas de la virreina la agobiaban mucho. Cualquier señal, gesto tierno o desdén por parte de María Luisa la entusiasmaba o la agobiaba».
Según el estudioso, esto se puede advertir en los poemas más íntimos y confesionales de Juana Inés; por ejemplo, en “Me acerco y me retiro”, donde Filis es un personaje que se dibuja a la Condesa en letra y referencia, se lee:
«Me acerco y me retiro:
¿quién sino yo hallar puedo
a la ausencia en los ojos
la presencia en lo lejos?
Del desprecio de Filis,
infelice, me ausento.
¡Ay de aquel en quien es
aun pérdida el desprecio!
Tan atento la adoro
que, en el mal que padezco,
no siento sus rigores
tanto como el perderlos».
No pierdo, al partir, sólo
los bienes que poseo,
si en Filis, que no es mía,
pierdo lo que no pierdo.
¡Ay de quien un desdén
lograba tan atento,
que por no ser dolor
no se atrevió a ser premio!
Pues viendo, en mi destino,
preciso mi destierro,
me desdeñaba más
porque perdiera menos.
¡Ay! ¿Quién te enseño, Filis,
tan primoroso medio:
vedar a los desdenes
el traje del afecto?
A vivir ignorado
de tus luces, me ausento
donde ni aun mi mal sirva
a tu desdén de obsequio».
Manera absoluta de saber la sexualidad de Sor Juana y cuántos fueron los encuentros o desencuentros con la virreina, no tenemos. Como marcamos en un inicio, tampoco sería un aspecto revelador el pensar a este amor aristócrata como la única relevancia de la poeta, sólo es una aproximación distinta y actual a su trabajo o un análisis sui géneris a algo que fue recurso retórico y nada más. En todo caso, esta episodio queda como un capítulo más en la historia mexicana y una narración extraordinaria sobre cómo se vivía el amor en el siglo XVI, de la solución que se le daba en sentido estético y de cuándo tenemos registro acerca de lo que hoy se entiende por amor libre.
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