En 1949, el presidente mexicano Miguel Alemán Valdés inauguró en Acapulco la costera que hasta la fecha lleva su nombre. Este hecho es conocido por propios y extraños, pero casi nadie recuerda la tragedia que ocurrió días antes en esa zona y que terminó con uno de los yates casino más lujosos que han surcado el Océano Pacífico. Hablamos de El Corsario, cuyo hundimiento está envuelto en el misterio.
La historia cuenta que la enorme embarcación, que hoy reposa a 24 metros de profundidad en la playa de Los Presos en Guerrero, tenía tal lujo que solo podría ser comparado con el Titanic (y, como veremos, compartió la misma suerte). Por lo tanto, solo era visitada por personajes de gran renombre o millonarios que buscaban diversión.
La ruta de El Corsario abarcaba de Acapulco a Los Ángeles y el viaje duraba de nueve a 10 días, lo cual era ideal para los apostadores: en ese tiempo los casinos eran ilegales en México. La tripulación de El Corsario, que era seleccionada a conciencia para que no se supiera fuera nada de lo que pasaba en el yate fuera de él, recogía a los pasajeros en uno de los puertos y luego viajaba por aguas internacionales, en donde las restricciones para apostar no existen.
Los historiadores afirman que en la última bitácora del capitán quedó registrado que zarpó de Los Ángeles con destino al puerto de Acapulco. Se dice que entre los millonarios que abordaron en el puerto angelino se encontraban varios gangsters de renombre que disfrutaban de las apuestas, la bebida y otras diversiones secretas que El Corsario les ofrecía.
Ahora bien, debemos reiterar que las actividades que se realizaban sobre El Corsario eran ilegales y se realizaban con la mayor discreción, sobre todo en territorio mexicano.
El historiador Cedano Galera cuenta que la tripulación de El corsario llegaba al puerto de Acapulco de noche y discretamente, para no llamar la atención de las autoridades. El accidente ocurrió porque el capitán no tuvo la destreza suficiente para entrar a la bahía y chocó en la parte baja de la proa contra una piedra ahogada en el punto conocido como “El Farito”.
Al ver que el yate hacía agua a una velocidad pavorosa, el capitán tomó la decisión de ir a toda máquina para encallar (deliberadamente) en las rocas de la ensenada de Los Presos, donde hasta el día de hoy descansa. Contrario a lo que se podría creer, esa acción salvó la vida de todos los tripulantes (cuyos nombres se desconocen hasta ahora).
El Corsario, por otro lado, quedó encallado. Aunque las autoridades portuarias solicitaron a los dueños que recogieran el yate y lo llevaran al puerto para repararlo, nunca lo hicieron.