Todos tenemos ese espacio que se relaciona intensamente con nosotros para el momento de diálogo interno o reflexión solitaria. Ese lugar que sirve como punto de encuentro para uno mismo sin la preocupación de ser interrumpido o viciado por alguien. Así se dio dicho vínculo entre Martin Heidegger y su cabaña en el verano de 1922; construida en las montañas de la Selva Negra, esta miniatura de casa sirvió como un habitáculo para el pensamiento heideggeriano y allí se trabajaron un sinfín de escritos, conferencias y los primeros esbozos para “Ser y tiempo”. Por cinco décadas, la cabaña tuvo un papel principal en el ejercicio filosófico del maestro germano; la intimidad emocional e intelectual que allí se suscitaron jamás tuvieron igual.
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Todtnauberg, localización de la cabaña, tenía un carácter singular en la vida de Martin Heidegger; era el destino y el catalizador mental para el pensador. Había algo en las montañas, el sonido de la naturaleza, el fluir del paisaje, que conmovía al autor sobremanera y le daba las herramientas necesarias para seguir trabajando. Quizá algo de recuerdos infantiles o un provincialismo casi oculto en su persona, no lo sabemos a ciencia cierta, pero algo es seguro: sin esta posibilidad de emplazamiento físico y mental, probablemente el estudioso de la filosofía no hubiera llegado con tal grandeza a sus más importantes postulaciones.
Cerca de 1934, Martin Heidegger, absorto y hasta cierto punto harto de la vida académica, de la cotidianidad urbana, decidió dirigirse sin arrepentimientos a días completamente campestres, a tardes que, según él, sostenían y guiaban su trabajo entre las montañas. Efectivamente, tenía una actividad sin descanso en el ámbito universitario, pero cada que podía regresaba a ese viejo, cómodo y solitario lugar de pensamiento apacible. Ése era su mundo de reflexión y producción.
Para Martin, el verdadero debate no consistía en ensalzados encuentros o conversaciones entre los hombres de la academia, éste se encontraba en la solitaria confrontación consigo mismo; fue así que, en ese apartamiento, razonó filosóficamente un artículo primordial para su vida en la montaña y que con los años se convertiría en fundamental para la teoría de la arquitectura: “Construir, habitar, pensar”.
Dicho título sostenía –y sostiene– que en la lengua y los procedimientos, construir y habitar siempre han estado ligados, pues se unen en un pensar sensible a los aspectos más inmediatos e ineludibles de la existencia diaria. Entonces, la obra heideggeriana pasó a ser un importante capítulo en la biblioteca de los arquitectos y críticos estéticos, quienes probablemente fueron los primeros en percatarse de que la vida en la montaña llevada por tal filósofo había influido demasiado en sus textos.
La cabaña fue y ha sido clave en su pensamiento como una oportunidad física de espacios medidos emocional, matemática, tecnológica y profesionalmente; una alternativa para disertaciones en torno a la presencia, ausencia, mente, cuerpo y lugar.
Durante esa época y ya siendo un famoso ermitaño, gracias a la buena acogida que tuvo “Ser y tiempo”, comenzó su controvertida afiliación al nazismo; en medio de una reestructuración política ayudó a implantar nuevas normas y condiciones en la vida universitaria según lo requerido por el partido. Se le vio en varias ocasiones mezclando en conferencias su pensamiento filosófico con propaganda nacionalsocialista.
Cuentan que poco tiempo después, Heidegger se desilusionó del régimen e intentó limpiar su imagen regresando a la enseñanza y sus propios pensamientos, pero esto le significó bastante trabajo, reduciendo sus esfuerzos a una resistencia pacífica. Dichos actos pusieron en duda sus principios y de hecho, su reputación académica fue menospreciada en este período al haberse puesto al servicio de Hitler y sus simpatizantes. Se le prohibió dar clases e incluso se le jubiló, hasta que en 1950 el consejo universitario decidió que tal prohibición debía ser levantada.
De todo esto debemos rescatar que el retiro hecho por Martin Heidegger, esa vuelta a la naturaleza y al romanticismo, junto a otras acciones y maneras de pensar en la vieja Alemania, sirvieron sin siquiera pensarlo así para abrir una línea discursiva propia del nazismo; lo único que hizo fue tomar obras a diestra y siniestra para malinterpretarlas o darles el sentido que más le conviniera. Esta cuestión, efectivamente, ha sido muy discutida en torno al filósofo y el valor real de su obra.
Es así como la cabaña de Martin Heidegger adquiere múltiples interpretaciones, tomando en cuenta el nivel de pensamiento que allí dentro se llevó a cabo y las coincidencias histórico-políticas que le circundaron; la cabaña pudo haber sido ese lugar de confrontación entre hombre y existencia, el escape de un sujeto que no encontraba satisfacción en la ciudad o un ejercicio fascista que devino en reflexión intelectual. Hasta la fecha sigue siendo un misterio.
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