El domingo ha sido marcado como un día simbólico en la Biblia y hasta hoy en el calendario semanal; no hay mejor momento para soñar que ese día, cuando aún no es lunes para ponerse en marcha y que ya dejó de ser sábado cuando el fin de semana parece larguísimo; nuestra alameda central remodelada y preparada para la época modernista donde nos trasladamos en bici, no tiramos basura, todos somos verdes y el ambulantaje ha dejado de existir, es es la ensoñación idílica que se respira en la alameda central.
Conjugados estos dos elementos podemos tocar suavemente ese “Sueño de una tarde dominical en la alameda central” del maestro muralista Diego Rivera y cómo hace un recorrido por la historia de México a través de la propia, tomando como base de realidad la alameda y las caras de los personajes que emergen de dicha obra; transcribir el tríptico dado en el museo de dicho personaje no sólo sería una falta de respeto al lector, sino una falta de imaginación, análisis y cultura general.
Tomando como referencia que fue hecho por encargo para el ya desaparecido Hotel del Prado, donde se hospedaban luminarias, políticos y la crema y nata social de la época, este mural era un recorrido por la historia concreta e ilustrada de tal manera que -en efecto- la imagen corresponde a un sueño.
Diego es el protagonista de la obra en todos los sentidos, no sólo plasmó caras que soñaban, sino también personalidad, carácter y emociones que trasladan a esos momentos y, dicho por expertos y artistas, hasta cierto punto esta obra es una de las más ególatras, pero de una manera tan sublime que sólo pensarlo parece grosero.
Si comenzamos de izquierda a derecha veremos que en la primera sección el único personaje “real” es Don José María Vigil, real desde el punto que es él quien está soñando con ese pasado de la Inquisición, la Conquista española, Sor Juana, Carlota, Maximiliano, Santa Anna, Fray Juan de Zumárraga, Iturbide, poetas y pensadores, militares traicionados y traicioneros a la Patria; otra figura “real” es Don Guillermo W. De Landa y Escandón -gobernador durante la época Porfirista- y Don Jesús Luján que aparece de espaldas como protector y mecenas de artistas; vemos a un adolescente queriendo tocar un paño que sale de su abrigo, símbolo que plasma qué tan lejos estaba el pueblo de la cultura y el entendimiento, aquí tampoco pueden faltar el mendigo, el borracho, el periodiquero, una pareja de amantes, las mulatas con sus niños de colores -que podían ser de un igual, de un patrón o hijos del mestizaje- y de fondo arquitectónico tenemos el quiosco Morisco con su águila virreinal, que en esos ayeres pintaba la alameda para después, dicen las malas y asertivas lenguas, ser duplicado y el original llevado a una “casita” de esas que Óscar Chávez describiera en sus canciones, y la réplica terminó en la colonia Santa María la Rivera.
En la segunda parte de este mural vemos en primer plano a la catrina que ilustra a la madre tierra y muerte de Tonantzin ataviada del Quetzalcoatl o Kulkulcán, de la mano un Diego niño idealizando el amor que años después encontrara en Frida y su dualidad, del otro lado el mismísimo creador y grabador José Guadalupe Posada; aparecen en escena las esposa e hija de Porfirio Díaz, personajes que en vida se opusieron al Porfiriato y otros que lo apoyaron hasta el final; José Vasconcelos, Joaquín de la Cantolla y Rico, a quien no sólo le debemos los viajes en globo en la capital, sino aquellas palabras usadas por la prole y las clases medias “pareces globo de cantolla”, ¿quién no ha escuchado esta deliciosa frase de boca de una tía, una abuela o una madre?
Porfirio Díaz entra a escena con su victoria alada y mirando de perfil para contemplar mejor el pasado, figuran también un general anciano en muletas lleno de medallas que se convirtió en un emblema más de la alameda contando glorias pasadas y soñando con el Porfiriato, una mulata de vestido amarillo, que ilustra a un gran amor de Diego que comenzaba en el estudio como modelo, en un cabaret como la susodicha tiple o una intelectual.
De fondo vemos una fuente que hasta nuestros días yace en la alameda, otra pareja de amantes de espaldas para no ser descubiertos, los gendarmes mal encarados y oprimiendo a los indígenas, un par de niñas de diferentes clases, un perro ladrando la injusticia y atrás un globo de “cantolla” con las siglas RM de la Revolución Mexicana que emergía dejando en el pasado -y para mala fortuna del pueblo, también en el olvido- los años del Porfiriato.
Como tercera y última parte tenemos el México de la Revolución donde vemos a Madero y a la “no reelección”, a Diego comiendo una torta, a sus hijas y hasta un nieto; el vendedor de frutas y el de dulces que siempre están presentes.
Políticos que llevaron a Madero a la silla y lo bajaron de ella como quien mueve un títere, Victoriano Huerta y sus traicioneros planes y Manuel Mondragón de quien se presume mató a Pino Suárez y a Francisco I. Madero.
Cualquier parecido de apellidos con la actualidad no es coincidencia, es la misma secuencia de un sueño en la alameda, pues quien no aprende su pasado es proclive a repetirlo.
No cabe duda que este pintor no sólo ha pasado a la historia por su intenso amor que vivió con Frida o por su pasional vida, es para muchos, unos de los artistas más importantes de México por la herencia artística y cultural que dejó al país.
Pero Rivera no fue el único gran muralista, Siqueiros y la transformación del muralismo son una muestra clara del talento y entrañas que ardían y que encontraron en la pintura, la manera de salir y expresar lo que acontecía en la sociedad en aquella época. Te invitamos a dar un recorrido por el Muralismo Mexicano: 1920-1940